
Mis queridas almas lectoras, imaginen por un momento el fulgor pálido de una vela, su llama danzando proyectando sombras alargadas sobre las paredes de tierra y piedra de un rancho viejo. En esas penumbras, el susurro del viento se mezcla con la nostalgia —y quizás, con lamentos antiguos.
Esa es la atmósfera que embriaga las noches de antaño, cuando bajo la mirada de la luna, los hombres bebían, reían, peleaban… y algunas veces, encontraban redención. Así, les traigo este relato: una historia de orgullo, borrachera, cuchillos… y del milagro de un santo compasivo.
El antiguo Real de Catorce
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que Real de Catorce no era siempre ese pueblo silencioso de piedras dormidas. Cuentan que en sus días de bonanza, el pueblo se llenaba de mineros, comerciantes, pulquerías y casas de piedra.
El barrio del “Camposanto” —junto a los de “Charquillas”, “La Hediondilla”, “Tierra Blanca” y otros— bullía con vida de callejón, barrizales y voces gastadas. Era una tierra de filones de plata, de oficios mineros y sudor que se convertía en monedas. Pero también era tierra de copas colmadas, de risas estruendosas… y de rencores fáciles.
En aquel barrio del “Camposanto”
Vivían dos hombres: Valentín y Valente, dos mineros orgullosos de su oficio, curtidos en túneles oscuros, que cada sábado usaban su jornal para pagar tributo al dios del pulque. No eran los únicos, mas sí de los más pendencieros: fuertes en el pico y el pico, pero débiles en la sobriedad.
Decían que no había copa que se resistiera a sus gargantas, ni adulación que no saciaran con su ególatra vanidad. Y en la penumbra de una pulquería, entre risas y hálitos cargados de pulque agrio, comenzaron a alardear de sí mismos: de sus vetas remotas, de sus brazadas de plata extraída, de su supremacía sobre los demás.
La trampa del pulque
Al principio, camaradas inseparables, con risas cómplices y brindis por la hermandad. Luego, hermanos de sangre —o al menos eso creían— compartiendo confidencias y promesas. Pero cuando el licor les nubló el juicio, y la plata quedó en el último trago, sucumbieron a la necedad. Esa tercera fase —la de la idiotez— fue la que los condenó.
Y vino la pregunta absurda: “¿Quién es padre, quién es hijo?” Una insania bautizada con puños, insultos y orgullo rotundo. Nadie aceptaba ser hijo, todos querían ser padre. Ese absurdo nació entre risas y terminó en furia.
La riña se escapó de la pulquería
Abandonaron el antro, tambaleantes, con el suelo temblando bajo sus botas. El aire de la noche les dio testigo mientras sus voces se enredaban en amenazas. A puño limpio trataron de resolver su disputa, mas ninguno rindió al otro. Fue entonces cuando sacaron sus puñales: filosos, crueles, dispuestos a escribir con sangre su soberbia.
Y las cuchilladas comenzaron: mortales, decididas, sin piedad. Pero extraña suerte o desdicha de la embriaguez les negó el blanco. Ninguno logró herir al otro, aunque los filos cortaron el aire con brutalidad.
Apareció un extraño.
Entre el fragor del metal y el hedor del pulque fermentado, surgió una figura inesperada: un tercer hombre que se plantó entre los contendientes. Con voz firme ordenó: “Detened esa locura”. Pero en su tropiezo de irrupciones y cuchillos, Valentín y Valente lo vieron como intruso. Al unísono lo atacaron, cubriéndolo con puñaladas.
Entonces, él se desató de la cintura una cuerda —una cuerda extraña, más propia de monje que de jinete— y con ella dieron tan tremenda cuartiza a los pendencieros que los tiró al suelo, inconscientes, rendidos al pulque y al filo.
El alba con memoria rota.
Cuando clareó el día, Valentín abrió los ojos entre cirios de dolor y resaca tremenda. Se miraron el uno al otro, confusos. ¿Qué sucedió? —preguntaron al unísono, con voz ronca. Recordaron la borrachera, la disputa, la pelea… pero nada más. Solo guardaban en su mente un haz de recuerdos borrosos: la aparición de un hombre que los había salvado.
Uno a otro confesaron lo que creían haber visto: una figura —una silueta— que les recordó al venerado San Francisco de Asís. Convencidos, se dirigieron a la Capilla del cementerio, donde reposaba la imagen del santo. Y al contemplarla… el hábito mostraba rasgaduras: pruebas de que las cuchilladas habían alcanzado tela, madera, quizá alma. Gloria y horror al mismo tiempo. El milagro quedó grabado, no en gestas heroicas, sino en penitencia y redención.
Se dice que Valente y Valentín, tras aquel encuentro con lo divino, dejaron atrás su afición al pulque, abandonaron los puñales, bajaron la mirada. Vivieron honrados, como mineros cansados de la vida y respetuosos de la paz. La presencia del santo, de “El Charrito”, cambió su suerte —o al menos su juicio.
Y en Real de Catorce, cuando las piedras se enfrían y la luna aspira el aliento de los techos, aún se susurra su historia. A veces con temor, a veces con reverencia.
Mis queridas almas lectoras, este relato no pretende juzgar, sino recordar. Recuerden que la osadía y el orgullo, acompañados del licor, pueden encender más que antorchas: pueden desatar demonios internos. Pero también que, en las horas más oscuras, la misericordia —representada aquí por un santo sencillo, humilde, recio de fe— puede abrir una vía de escape. Que bastó una cuerda, un acto inesperado, una aparición divina, para detener un desastre escrito con acero.
Y así como Valente y Valentín renacieron bajo la mirada del Charrito, quizá nuestras propias sombras puedan encontrar consuelo en la luz tenue de una vela… si abrimos el corazón al arrepentimiento y la humildad.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Esta versión fue creada por El Cronista Garbancero
a partir de la leyenda popular.