
Mis queridas almas lectoras, esta noche, mientras la luna cae sobre los Altos de Jalisco como un farol apagado por la mano de Dios, deseo traer a su memoria una figura que todavía inquieta a quien camina tarde por las calles de Teocaltiche. Un hombre rico, poderoso, arrogante… y condenado.
Bajo estas sombras, su nombre resuena entre rezos y temores: Don Celio Ramírez, aquel cuya suerte —dicen— no fue comprada con trabajo humano, sino con la tinta ardiente del mismísimo infierno.
Un hombre polémico
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que allá por el siglo XIX, en la finca que hoy se conoce como el Hotel Jalisco, vivía Don Celio Ramírez, miembro destacado de la masonería local y feroz detractor del catolicismo. Nunca ocultó su repudio a la Iglesia ni su gusto por provocar al pueblo, y eso bastó para que la gente comenzara a preguntarse de dónde brotaba tanta riqueza.
Y cuando en un pueblo se siembra la duda… pronto germina la leyenda.
Habló con el demonio
Se cuenta que una noche, encerrado en su recámara, Don Celio escuchó pasos que no podían pertenecer a ningún mortal. El aire se volvió denso, las velas se oscurecieron… y una voz, profunda y burlona, le ofreció lo que más deseaba: rebrotes infinitos de fortuna y éxito, a cambio de su alma.
Don Celio no dudó. Firmó. Selló. Entregó. Y desde entonces, dicen, el diablo visitaba su casa como quien pasa lista sobre lo prometido.
Las carnitas que se volvían sapos
Una de las historias más repetidas habla del día en que Don Celio llegó al mercado municipal. Ordenó una exagerada cantidad de carnitas y comenzó a devorarlas frente a los más pobres, presumiendo la abundancia que el demonio le daba diariamente.
Pero la gente no veía carne, veían sapos crudos, reventados entre sus dientes. Y aunque él sentía el sabor del cerdo fresco… para todos los demás era un acto inmundo, un espectáculo de condenación.
El desprecio al cura
Una tarde llegó a su finca el cura de la parroquia, recogiendo provisiones para los más necesitados. Don Celio, furioso ante su presencia, lo expulsó a gritos. Pero la criada, conmovida por el maltrato, alcanzó al sacerdote y le prometió enviar cada semana lo que necesitara a través del caño del patio, que desembocaba en la calle.
Así fue hasta la muerte del patrón. Y quizá por eso, cuando intentaron sacar su cuerpo para darle sepultura… no cupo por la puerta. Los presentes, aterrados, tuvieron que sacarlo por el mismo caño por donde la criada entregaba la caridad que él había negado.
La carreta nocturna
Cada noche, cuentan, una carreta tirada por dos caballos hermosos llegaba hasta su patio para cargar montones de monedas de oro, todas entregadas por el diablo. Don Celio recorría el pueblo y los alrededores, escondiendo tesoros en sitios secretos. Muchos creen que esos entierros siguen sin descubrirse, atrapados igual que su alma.
Arrepentimiento tardío
Se dice que en sus últimos días quiso reconciliarse con Dios… pero sus propios hijos se opusieron, recordándole que nunca en vida había dado un paso hacia la fe. Murió sin confesión, sin perdón, sin alivio.
Desde entonces, su espectro conduce la carreta infernal por las calles principales y la llamada finca de la Jabonera. Quien lo ha visto afirma que su presencia es demoníaca, que los caballos echan espuma negra y que cualquiera que lo observe demasiado tiempo puede enloquecer.
La tumba en el panteón de Los Ángeles
Y aún hay más. Dicen que quien sea suficientemente valiente para rezar por su alma frente a su tumba —muy visible en la esquina izquierda del panteón de Los Ángeles— corre dos destinos:
Recibir toda su fortuna oculta… o perder la vida por haber perturbado al condenado.
Una apuesta que pocos se atreven a hacer.
“Hijitos míos —decía el abuelo mientras soplaba la llama de la vela—, uno puede ser rico, puede ser sabio, puede ser incrédulo… pero nadie escapa de sí mismo. Don Celio no fue condenado por su dinero, sino por su soberbia. Y la soberbia, mis pequeños, siempre pasa la cuenta… aunque uno crea que el diablo la paga.”
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Diego Martín Gómez Pérez,
Historias, Crónicas y Leyendas de los Altos de Jalisco, 2018.