
Mis queridas almas lectoras… cierren los ojos por un momento y permitan que el perfume de las viejas piedras y el eco de campanas lejanas los transporten a mediados del siglo XVI, cuando las andas del conocimiento y la fe se entrelazaban con las voces de las ancianas y los relatos al pie de la lumbre.
En aquella época donde cada sombra tenía nombre, y cada leyenda, su verdad entretejida de miedo y devoción, nació la historia de un ser que no era ni del cielo ni de la tierra… sino de los abismos donde el misterio se casa con el terror.
Orígenes de la leyenda
Cuando comenzaron los trabajos para erigir el Convento Franciscano de Zacatlán, dedicado a San Francisco de Asís y terminado en 1567, los pobladores murmuraban entre sí sobre un terror que se escondía en los cerros y barrancas de esa sierra poblana. Un hombre, indígena del lugar, narró a los frailes una historia ancestral: antes de la llegada de los españoles, una criatura enorme, feroz y esquiva había sembrado miedo entre los suyos, y pese a repetidos intentos, nadie había logrado capturarla.
Este ser —que algunos describieron como un “animal sagrado” por su fuerza y misterio— había sido visto como una presencia divina en ciertos círculos, y como una amenaza imposible de cazar.
La captura del monstruo
Los franciscanos, con el espíritu de conversión y también de curiosidad, se dispusieron a encontrarlo. Y así fue: al cabo de largas jornadas y con ayuda de los relatos indígenas, consiguieron capturar con vida a la tremenda criatura, un saurio de fuerza colosal que dejó pasmados a los religiosos. Algunos llegaron a comentar que su presencia era obra del mismísimo demonio, pues jamás habían visto criatura semejante.
El animal fue llevado al sótano del convento, en un espacio acondicionado bajo la iglesia. Allí lo custodiarían los frailes, al principio permitiendo que los curiosos lo contemplaran, pero con el paso del tiempo, ya no se permitió la vista a nadie. Se decía que ver al dragón condenaba el alma a los fuegos eternos de los abismos infernales, prohibición que pronto llenó de espanto incluso a los más osados.
Desapariciones, túneles y temblores
Y no solo era la bestia lo que inquietaba… sino sus guardianes. Cuentan que en ciertos momentos, los frailes encargados de alimentar y cuidar al dragón desaparecían misteriosamente en las galerías que se decían existían bajo el convento. Días después reaparecían, con semblantes apagados, como si hubiesen visto lo inimaginable.
Fue incluso después de un temblor —que solo sacudió al convento— cuando los frailes confesaron que la enorme criatura había sido depositada bajo los cimientos mismos del edificio, y que ya era imposible sacarla sin derrumbarlo. Así, cada temblor era interpretado como el enojo del dragón, intentando escapar de su prisión de piedra.
El precio de mantener al misterio
Los religiosos, temiendo la furia del dragón y el colapso del convento, solicitaron a los pobladores un doble diezmo de animales —principalmente aves de corral— para alimentar a la fiera quejumbrosa. Algunos creyeron que todo era una estratagema para llenar las arcas y los graneros de los frailes, mientras que otros sostenían que la vida del convento dependía de mantener al monstruo saciado.
Y así permanece la creencia: si algún día se deja de alimentar al dragón, las viejas piedras del convento caerán y entre sus ruinas se alzará de nuevo la terrible criatura, dispuesta a reclamar su libertad con un rugido que estremezca la tierra entera.
Mis queridas almas lectoras… ¿qué pensarían ustedes si les digo que bajo nuestras iglesias, donde el canto de los himnos se eleva al cielo, podrían latir secretos que ni el tiempo logra enterrar? Las leyendas como estas no nacen de la nada; nacen de la necesidad de explicar lo inexplicable, de conciliar lo visible con lo invisible, y de contar, alrededor de la hoguera o la luz de las velas, nuestra historia como pueblo que se alimenta tanto de luz como de sombra.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Este texto es una versión creada por El Cronista Garbancero
a partir de la leyenda popular.