
Mis queridas almas lectoras, hay lugares donde el aire de noviembre se vuelve espeso, cargado de aromas a cempasúchil, copal y pan recién horneado. Son días en que los vivos y los muertos se confunden por un instante, compartiendo el mismo camino entre sombras y velas encendidas.
En Pantepec, Puebla —tierra de montes altos, neblinas persistentes y almas que aún conversan con sus difuntos—, se cuenta la historia de un hombre que decidió no creer. Un hombre que, por orgullo o desdén, cerró su puerta a los suyos del más allá. Y, como ocurre en estos pueblos donde la fe tiene memoria, los muertos fueron a buscarlo.
Leyenda: El hombre que olvidó la ofrenda
Los vecinos comentan, y algunos mayores afirman que, hace muchos años, vivía en Pantepec un hombre terco como el monte mismo. No creía en santos ni en ánimas, y mucho menos en la tradición de Todos Santos. Decía que era un invento de viejas, que los muertos no regresan y que los vivos gastaban su dinero en comida para fantasmas.
Mientras el pueblo entero se preparaba para recibir a sus difuntos —poniendo flores, pan, velas y aguardiente sobre los altares—, aquel hombre se burlaba. Caminaba por las calles riendo de quienes limpiaban las tumbas o cocinaban tamales para las almas.
“Los muertos no comen”, decía con desdén, “y el copal no hace más que ahumar la casa.”
Pero llegó el día de Todos Santos. El cielo amaneció gris y un viento frío bajó del monte. Sin importarle el clima ni la fecha, el hombre tomó su machete y se internó en el bosque a buscar leña. Nadie supo por qué eligió justo ese día. Algunos dicen que quería demostrar su valor, otros que simplemente se reía del miedo ajeno.
El monte estaba silencioso, como si los animales también hubieran salido a recibir a sus muertos. Solo se oían las hojas secas crujir bajo sus pasos. Fue entonces cuando el aire cambió. Un olor rancio, mezcla de tierra húmeda y cera apagada, comenzó a rodearlo. Las sombras parecían moverse entre los troncos, y una voz, ronca y lejana, lo llamó por su nombre.
—¿Por qué otros nos están dando y tú no? —preguntó la voz.
El hombre volteó, pero no había nadie. Dio un paso atrás y otra voz se unió, más cercana, más fría.
—A otros amigos les ofrecen su comida, sus tamales, su copal… ¿y tú, por qué no haces nada?
Entonces los vio. Eran figuras pálidas, traslúcidas, con los ojos hundidos y los rostros que alguna vez conoció. Venían de entre la neblina, caminando despacio, cargando velas apagadas.
El miedo le hizo soltar el machete. Intentó correr, pero sus piernas se enredaron con las raíces del monte. Las almas lo rodearon, exigiendo la ofrenda que no había puesto, reclamando el recuerdo que les fue negado.
Cuando por fin logró escapar, llegó tambaleando a su casa, con el rostro lívido y el aliento entrecortado. “Es cierto —murmuró—, es cierto lo que dicen… hay que hacer Todos Santos.”
Pero ya era tarde. El hombre cayó junto a su puerta, y antes de que su familia pudiera preparar una ofrenda para calmar a las almas, su vida se apagó como una vela en la tormenta.
Desde entonces, cuentan los viejos que nadie en Pantepec se atreve a pasar el Día de Muertos sin poner su altar. No por costumbre, sino por respeto… y por miedo a que los muertos vuelvan a reclamar lo suyo.
Los muertos no piden mucho, hijo —decía el abuelo al arrullo del fogón—, solo ser recordados. Pero si los olvidas, ellos te lo hacen saber. Las ánimas no buscan venganza, sino memoria. Y la memoria, si se apaga, se cobra en frío.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Amparo Sevilla
Cinco leyendas en torno al Día de Muertos