
Mis queridas almas lectoras, permítanme ajustar mi sombrero negro y sacudir el polvo de mis guantes, porque hoy les traigo un relato que en Fresnillo aún se murmura entre dientes. Las calles antiguas, esas que conocieron carruajes y pasos apurados de revolucionarios, guardan secretos que se niegan a morir.
En la Rinconada de la Purificación —un rincón donde la noche parece tener memoria— se apareció un espectro tan silencioso como la cera derritiéndose. Y aunque muchos dicen haberla visto, pocos se atreven a contarlo sin persignarse primero.
Acompáñenme, bajo esta luz de vela, a desandar los pasos de La Monja de la Vela Errante.
La casona que quedó muda
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, en otros tiempos, en la esquina del Jardín Madero y el Callejón Sor Juana Inés de la Cruz existió una casona imponente. Sus ventanas daban directo al jardín, y en ella vivía una familia acomodada que huyó de Fresnillo cuando la Revolución hizo retumbar los cerros.
Desde entonces, la casa quedó sola… y lo que permanece vacío demasiado tiempo suele atraer compañía del otro lado.
Las ventanas quedaron abiertas por años, como si esperaran el regreso de sus dueños. Pero nadie volvió.
Los trasnochadores y la primera luz
Pasada la medianoche, dos juerguistas atravesaban el Jardín Madero rumbo a sus hogares. Entre risa y borrachera, uno de ellos se quedó helado: —¿Viste eso? —susurró—. Una luz en la casa abandonada.
Ambos observaron. Sí, aquella luz se movía como una vela en mano de alguien que caminaba dentro de la habitación.
Y de pronto… la figura apareció: una monja vestida de blanco, pálida como la luna, cruzando de un extremo a otro de la estancia. La visión duró apenas unos segundos, pero suficiente para arrancarles la resaca y sembrarles un miedo nuevo.
La promesa de regresar
Los hombres regresaron la noche siguiente. Y la que siguió. Y la que siguió. La aparición se repetía siempre igual: de las doce a la una. Una vela, una túnica blanca, un rostro que no alcanzaban a ver… y un silencio que hervía.
Movidos por la intriga, buscaron a una pariente de los dueños. Ella, desconcertada, les entregó las llaves:
—La casa lleva años vacía. Si quieren entrar… bajo su responsabilidad.
El hábito sin cuerpo
Los dos amigos se colocaron en un rincón de la sala donde se veía siempre a la monja. Casi dieron la una sin novedad. Hasta que el silencio se rompió con pasos… pasos arrastrados, secos, como de un sayal viejo deslizándose por el piso.
Una luz tenue creció desde el pasillo. Y entonces la vieron. Pero no era una monja. Era solo el hábito. Un traje de monja vacío, moviéndose como si lo habitara un cuerpo invisible. Ondulaba. Respiraba. Avanzaba.
Uno de los hombres cayó muerto al instante, fulminado por un ataque al corazón. El otro escapó sin mirar atrás, desbaratado por el pánico, y llegó trastabillante hasta la Presidencia Municipal. Lo encontraron delirando… y así quedó para siempre.
La destrucción del segundo piso
Cuando las autoridades acudieron por el cuerpo, hallaron al difunto con un gesto de terror tan profundo que ni la muerte logró borrar.
Semanas después, desde la ciudad de México, los dueños ordenaron destruir el segundo piso de la casona. Y apenas se cumplió el mandato… La aparición dejó de manifestarse.
Pero la casa quedó marcada. Como si el miedo hubiera empapado sus paredes. Hasta hoy, nadie quiere vivir allí.
Ah, mis queridas almas lectoras… uno creería que un hábito vacío no puede causar daño, pero hay presencias que pesan más muertas que vivas. La historia de la monja de Fresnillo nos recuerda que las casas, igual que los hombres, guardan memorias. Y algunas de esas memorias prefieren no ser despertadas.
Dicen que el silencio de esa casona es más inquietante que cualquier llanto nocturno. Yo, por si acaso, no me asomaría a sus ventanas ni aunque me regalaran una veladora de cera bendita.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Anet Pamela Valle.
Leyendas de Zacatecas.