
Mis queridas almas lectoras, el viento nocturno sopla con historias enredadas entre sus susurros. Algunos dicen que cuando la neblina baja densa sobre Zacatlán, no es bruma común, sino el suspiro de un amor que se negó a morir. Hoy, al calor de estas palabras y bajo la tenue luz de una vela, les contaré cómo aquel sentimiento se hizo presente en cada amanecer blanquecino…
Antes de los españoles
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en tiempos muy remotos, antes de que los españoles pusieran un pie en estas tierras de Zacatlán, habitó en esa región una mujer cuya belleza superaba la propia claridad del alba. Sus ojos, negros como el abismo del océano, poseían la capacidad de estremecer los corazones más duros, y su cabellera, negra como noche cerrada, parecía mecerse con vida propia al compás del viento.
Cualquiera que la mirara, sin conocerla, sentía un arrobamiento profundo: sus ojos eran como vastos lagos donde los sueños se ahogaban dulcemente, y su presencia —como un susurro de esmeraldas y zafiros— despertaba el anhelo escondido en el pecho de los hombres y mujeres que la veían pasar.
Valiente como pocos
Su corazón latía por un hombre valiente, un guerrero de la serranía, quien partió con las tropas zacatecas para ayudar al rey Nezahualcóyotl a recuperar su reino de Azcapotzalco. Esa despedida, en una tarde teñida de rojo arrebol y esperanza amarga, selló un juramento profundo: volvería a su lado, cueste lo que cueste.
Ella, con voz de plata cristalina, le dijo:
“Que los dioses lo colmen de ventura y del trance salga bien librado…”
Pero el destino, caprichoso y frío, jugó su carta final. Después de tanto esperar, de recorrer cada sendero que alguna vez habían andado juntos y de alzar la mirada hacia cada horizonte, la noticia llegó con un viento helado: el guerrero no volvería nunca más. Había caído en batalla.
Llorando al amor perdido
Llena de dolor y sin esperanza alguna, la doncella, vestida de blanco —símbolo de pureza y amor eterno— caminó hasta el balcón donde tantas veces soñó con un regreso que jamás llegó. Dicen que, al filo del abismo, levantó su rostro hacia los dioses y, con un último suspiro que sabía a luna y sal, entregó su alma al aire y se arrojó al profundo barranco.
Aquella madrugada, lo que el pueblo encontró fue algo más que un paisaje cambiado. El barranco estaba cubierto de neblina, un manto blanco que ascendía lentamente y parecía extenderse por toda la serranía de Zacatlán, como si la esencia de aquella mujer hubiese abrazado la tierra entera… y no la hubiera soltado jamás.
El espíritu de la neblina
Los viejos dicen que no es bruma simple. Que cuando la neblina desciende, la doncella se acerca para envolver con su amor a quien camine por esos lares. Si está triste, la neblina se espesa y llora con quienes lloran. Si está en calma, baja suave como seda tibia besando el rostro de los paseantes. Y si está alegre… algunos afirman que su canto vibra en las notas del viento.
Así nació la legendaria neblina de Zacatlán, un fenómeno hidrometeorológico que ha sido parte del folclor local durante generaciones. Y cada vez que la veas al amanecer, recuerda: no es mera niebla… es amor, y es memoria, y es eternidad envuelta en blanco.
Mis queridas almas lectoras, aquellas historias que nacen en los senderos del corazón, no se olvidan tan fácilmente. Esta leyenda de Zacatlán nos recuerda que el amor puede trascender el tiempo y convertirse en parte del paisaje mismo… como bruma que abraza montañas, caminos y recuerdos.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche… o por medio de un simple compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Este texto es una versión creada por El Cronista Garbancero
a partir de la leyenda popular.