En el oscuro y misterioso siglo XVIII, en el año de 1782, una historia singular y escalofriante tuvo lugar en el antiguo Convento de Santa Brígida, un lugar impregnado de espiritualidad. Descubre con nosotros el relato de Sor Teresa Isabel, una joven cuyo destino y misteriosa transformación han cautivado los corazones de generaciones enteras.
Santa Brígida
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que desde su fundación en 1734, el Convento de Santa Brígida era un lugar de recogimiento y devoción, donde las monjas entregaban sus vidas al servicio de Dios y la contemplación espiritual. Sin embargo, en el año de 1782, este sagrado espacio se convirtió en el escenario de un suceso extraordinario que desafió toda lógica y comprensión humana.
En medio de la tranquilidad del convento, destacaba la figura de una encantadora joven como de 19 a 20 años, Sor Teresa Isabel de Villavicencio, una joven de origen noble cuyo destino estaba marcado por el sufrimiento y el desengaño amoroso. Atraída por el aura de espiritualidad que la rodeaba, Sor Teresa Isabel se convirtió en el centro de atención de toda la comunidad monástica.
Sor Teresa
Sor Teresa Isabel, una vez conocida por su belleza y encanto en los salones aristocráticos, experimentó una metamorfosis inexplicable al ingresar al convento. Su apariencia física se volvió etérea y su presencia irradiaba una paz y serenidad que cautivaban a todos los que la rodeaban. Su voz, suave como el susurro del viento, resonaba en los corazones de quienes tenían el privilegio de escucharla, la voz de un alma, toda dulzura, toda belleza, toda humildad.
Es indecible cuanto realza la belleza del alma a la belleza del cuerpo. Era Isabel, alta y delgada, pero con esa delgadez propia de las personas espirituales que avasallan la carne, su cutis tenia la tersura y el color de la rosa de Alejandría, y así como un vaso de alabastro dentro del cual hay depositada una luz adquiere
cierto brillo luminoso, así las mejillas de Teresa Isabel, tenían algo más que la sola carne, eran traslucidas, digámoslo así, y dejaban transparentar la luz del espíritu.
Andaba Sor Teresa, Pero no como el que siente el peso de su cuerpo, sino con una ligereza aérea, semejante á la del ave que roza y arruga ligeramente la superficie de los lagos. Había dejado aquella alma los míseros amores de la tierra para volar como la garza real por la inmensidad azul, para volar por los cielos del verdadero amor, de la estática contemplación. Sus compañeras decían que su cuerpo exhalaba un aroma como de nardos, como de azucenas.
El Misterio
En diciembre de 1782, Sor Teresa Isabel sorprendió a toda la comunidad al anunciar que su fin estaba cerca. Con asombro y consternación, las monjas presenciaron su partida sin síntomas aparentes de enfermedad. La comunidad dispuso enterrarla, para lo cual se mandó por el ataúd: llegó éste, pero desgraciadamente era pequeño y el cadáver no cabía; la noche se acercaba y no podría tener verificativo el entierro. ¿Qué hacer en este caso?.
A nadie se le ocurría nada, hasta que una monja se acercó á la Superiora aconsejándole que por vía de obediencia le mandara cupiese en el ataúd. Reuniese y arrodillase la comunidad, se encendió el cirio de Nuestro Amo, se colocó el cadáver sobre el ataúd y poniéndose en pie la superiora dijo con voz grave y pausada, «hija, ya que en vida nos diste ejemplo de mansedumbre y de obediencia, te mando quepas en ese ataúd.» En ese momento un ruido sordo y un golpe seco anunciaron que el cadáver había caído al fondo del ataúd en que fue sepultada aquella santa mujer, honra de las monjas mexicanas.
Su muerte dejó un vacío en el corazón del convento, pero su recuerdo perduró como un símbolo de humildad, obediencia y amor divino. Fue colocada en el coro alto, en el muro derecho, poniéndosele tan sólo en su lápida S. T. I. pero en el convento hasta su extinción se guardaba en todos los corazones el nombre de Sor Teresa Isabel
A su mercé…
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Hasta la próxima garbancer@s
Basado en la obra de De Arellano, Angel R.
Leyendas y Tradiciones relativas a las calles de México (1894)
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