
Mis queridas almas lectoras, la tierra caliente de Michoacán guarda historias que hierven en la memoria como el sol que quema sus llanuras. Entre ellas, una destaca por su dramatismo: el encuentro eterno entre dos espectros, el oficial francés decapitado y el fiero Cuerudo de Apatzingán. Esta leyenda no es solo un relato de aparecidos; es el eco de una resistencia, la huella de una guerra, y la sombra de dos fantasmas que todavía cabalgan por las noches de luna llena.
Los franceses en México
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, en los tiempos de la Intervención Francesa, cuando los soldados de Napoleón III avanzaban por la tierra caliente, un Cuerudo de Apatzingán enfrentó a un oficial galo. Bastó un tajo certero de machete para arrancarle la cabeza, y con ella, la vida. La batalla fue cruenta; los franceses huyeron, dejando atrás a sus muertos. Pero el cuerpo del capitán jamás fue completo: la cabeza nunca apareció.
Con los años, la calma volvió a la región. O al menos eso parecía. Al caer el sol, un silencio pesado comenzaba a cubrir los llanos, interrumpido por los aullidos de coyotes y los ladridos frenéticos de perros. Entonces, el fragor de cascos retumbaba en la distancia, acercándose con violencia. De entre la oscuridad surgía el jinete sin cabeza, vestido con el uniforme ensangrentado del ejército francés y una capa roja ondeando como llama en la noche. Blandía una espada brillante, descargando su furia contra los desprevenidos.
Testigos…
Las gentes del campo comenzaron a jurar que aquel espectro decapitaba a quienes se cruzaban en su camino, sobre todo en noches de luna llena. Los más escépticos decían que eran simples crímenes, atribuidos al fantasma para escapar de la justicia. Pero fuera verdad o mentira, nadie se atrevía a pasar por esos caminos en la oscuridad.
Años después, la leyenda cobró vida de nuevo. Un grupo de muchachas universitarias, regresando tarde a su ranchería, cruzó el sitio de la antigua batalla. Primero escucharon disparos y gritos, como si la guerra se repitiera en el aire. Después, el galope infernal del jinete se les vino encima. El espectro, sin cabeza, levantaba su espada en la claridad de la luna. A punto estuvieron de ser alcanzadas, cuando de pronto apareció otro jinete: imponente, de gamuza, con paliacate rojo y machete en mano.
El Cuerudo…
¡Era un Cuerudo de Apatzingán! El mismo guerrero que siglos atrás había decapitado al francés, regresaba como un guardián del más allá. El duelo fue terrible, choque de machete contra espada, relinchidos que helaban la sangre. Pero al final, el Cuerudo volvió a imponerse. El jinete sin cabeza huyó, perseguido hasta perderse en la lejanía.
Desde entonces, la gente afirma que en las noches de luna llena aún puede escucharse el fragor de esa batalla espectral. Algunos dicen haber visto al Cuerudo patrullando los campos, montando su cuaco alazán, protegiendo a los suyos. Otros aseguran que el jinete sin cabeza sigue rondando, buscando su cabeza perdida y descargando su furia contra quien se cruce en su camino.
Hijitos míos, no olviden lo que cuentan los mayores: cuando la luna brilla redonda sobre Apatzingán, es mejor quedarse en casa. No sabemos si los cascos que se oyen a lo lejos son del Cuerudo protector o del maldito francés que busca venganza. Y si los perros ladran como endemoniados… recen, porque los espectros andan sueltos.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s
Basado en la obra de Pablo Ruiz
Leyendas Michoacanas.