
Mis queridas almas lectoras, en los pueblos mineros, donde el eco de los martillazos aún parece flotar sobre los cerros, siempre queda un resabio de historias que nadie termina de creer… y nadie se atreve a negar. Santa Eulalia, corazón antiguo de Chihuahua, es de esos sitios donde la noche camina sola y a veces trae compañía.
Dicen —y este descarnado lo confirma, pues bien conozco al protagonista— que un alma elegante ronda sus calles con paso firme y sombrero español. Y que, aunque muchos se persignan al verlo, hay quienes tiemblan no por miedo a su figura, sino por el precio de su ofrenda.
Acomódense, almas curiosas; que aquí empieza el relato.
Tesoro maldito del Curro
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que por las noches, en las calles estrechas de Santa Eulalia, aparece un hombre vestido como los españoles de antaño: capa oscura, botas limpias, porte altivo. No pisa fuerte, no deja sombra, no respira.
—¡Es El Curro! —murmuran los viejos, persignándose con manos temblorosas.
Y no se equivocan, en vida se llamó Erasmo Núñez, personaje envuelto en rumores de minas y fortunas. Algunos aseguran que era dueño de la mina Dulce Nombre de Jesús; otros dicen que manejaba negocios igual de poderosos.
Lo cierto es que Erasmo soñaba con regresar a España, pues sus familiares jamás quisieron radicar en Chihuahua, a pesar de su inmensa fortuna. Pero la muerte lo alcanzó antes de cruzar el océano.
La cueva donde duerme la riqueza
Temeroso de dejar su fortuna a cualquiera, escondió barras de plata, lingotes de oro y varias posesiones en una cueva cercana. Después partió a su tierra natal… solo para morir lejos de todo aquello que había acumulado. Y como todo alma avara, quedó atrapado entre su tesoro y el mundo de los vivos.
El Curro no descansa. Sale en noches frías, camina entre las calles solitarias, y busca una mirada limpia, un alma noble a quien confiarle su riqueza. Señala el camino al tesoro —dicen los viejos— cuando encuentra a alguien digno. Por eso, quien lo ve es considerado puro de corazón… o condenado por el destino.
Algunos habitantes aseguran que nadie ha seguido al Curro porque su exigencia es inhumana. Dicen que quien acepte el tesoro deberá cumplir una manda espantosa: llevar a su primogénito a España… y degollarlo allá.
La barbaridad es tan grande que ningún padre, por codicioso que sea, se atreve a siquiera preguntar más. Por eso, cuando los pasos elegantes del fantasma se acercan, la gente baja la mirada y se resguarda en casa. Nadie quiere tentar al destino ni cargar una riqueza manchada con sangre.
El Curro camina todas las noches hasta llegar al Monumento al Minero, donde su figura se desvanece lentamente, como si regresara a algún rincón del más allá.
Ay, mis almas lectoras, cuánto daño puede hacer un tesoro mal puesto y cuánto miedo puede sembrar un fantasma que solo quiere cumplir su última voluntad. De nada sirve el oro si obliga a un corazón noble a perder lo más amado. Por eso, este viejo esqueleto les aconseja: si alguna vez encuentran riqueza fácil, pregúntense primero qué tan cara resulta. No todo lo que brilla es bendición.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en el libro Leyendas de Chihuahua,
Ediciones Horus.