
Mis queridas almas lectoras en los caminos polvorientos de Zacatecas, allá donde el aire silba entre las piedras y los cerros guardan más secretos que confesiones el domingo, se murmura una historia que hiela el alma. Dicen que sucedió en los tiempos de la Colonia, cuando la Inquisición extendía su sombra sobre los pueblos mineros y los rumores bastaban para prender una hoguera.
Esta es la tragedia de La hija del diablo, y aunque los años han pasado, aún hay noches en Sombrerete donde se escuchan lamentos que no pertenecen a los vivos.
En los días de la Colonia,…
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en aquel entonces, llegó a Sombrerete una familia compuesta por doña Juliana y su hija Lucy, ambas de una belleza tan inusual que despertaban miradas, deseos y envidias. Sus rostros parecían tallados por manos divinas, pero su destino sería dictado por las manos del demonio… o eso juraron los habitantes del pueblo.
Entre quienes las observaban con insistencia estaba don Manuel de Ordóñez, un hombre acaudalado, miembro de la corte inquisitorial, acostumbrado a comprar voluntades. Bastó una mirada para quedar rendido ante Lucy, y sin perder tiempo, pidió su mano.
Doña Juliana, prudente y altiva, se negó con firmeza. Aquella negativa encendió la soberbia de Don Manuel, quien juró que ninguna mujer lo rechazaría sin pagar un precio.
El veneno y el rumor
Cuentan que una noche oscura, el poderoso inquisidor llamó a su sirviente y le entregó un pequeño frasco que contenía un poderoso veneno.
—“Vierte esto en el abrevadero de los animales, pero que nadie te vea. Y cuando amanezca, corre la voz: di que las brujas, Doña Juliana y su hija, han hechizado al ganado. Diles que las viste bailar desnudas alrededor del fuego. Que oíste su risa. Que viste volar sus escobas.”
El sirviente obedeció, vertió el contenido del frasco en el abrevadero del pueblo. A la mañana siguiente, las ovejas y caballos yacían muertos, y el aire se llenó de susurros.
—“Brujería…” —murmuraban las mujeres—.
—“Las recién llegadas son las culpables”— juraban los hombres.
Pronto, el rumor tomó cuerpo. Que volaban en escobas, que danzaban desnudas frente al fuego, que invocaban al demonio bajo el amparo de la luna.
Y entre las sombras de esa histeria, Don Manuel volvió a la casa de las acusadas.
—“Puedo salvarlas del castigo… si me entregan a Lucy.”
La respuesta de Doña Juliana fue un portazo y un insulto apenas contenido. El hombre se marchó furioso, dejando tras de sí una sentencia:
—“Si no es mía… no será de nadie.”
El fuego y la maldición…
El juicio fue breve. No hubo pruebas, solo rumores y miedo. Lucy y su madre fueron declaradas brujas. Atadas al poste, escucharon los rezos falsos de quienes un día las saludaron en la plaza.
Mientras las llamas se alzaban, Lucy gritó con voz desgarradora:
“¡Malditos sean todos! Mi padre vendrá por ustedes… porque mi padre es Lucifer.”
Esa noche, Sombrerete ardió con otro fuego: el del infierno.
El castigo de los culpables…
Al amanecer, Don Manuel fue hallado calcinado junto a su sirviente, los rostros torcidos por el espanto. Luego, uno a uno, los que las habían acusado cayeron muertos, sus cuerpos ennegrecidos como si el fuego aún los persiguiera.
Dicen que el viento comenzó a silbar con furia en las calles, como un llanto que no cesa. Los vecinos, aterrados, acudieron al cura, quien les ordenó colocar cruces benditas en sus puertas para impedir la entrada del demonio. Pero no bastó. De noche, algo golpeaba las puertas, intentando entrar.
El sacerdote entonces indicó levantar una gran cruz en los cerros, para sellar la entrada del mal. Así lo hicieron. Desde entonces, las cruces coronan los cerros de Sombrerete… y algunos juran que el diablo no ha podido salir. Otros, más atrevidos, dicen que nunca se fue.
Ah, muchacho… si vas a Sombrerete y oyes el viento silbar más fuerte de lo normal, no corras ni mires atrás. Podría ser que Lucy anda buscando compañía… o cobrando alguna deuda vieja.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Fuente: Basado en la obra publicada por https://paginavalores7.wixsite.com/
Adaptación Garbancera