
Mis queridas almas lectoras, en el corazón de Minatitlán, Veracruz, se alza un panteón viejo, el Santa Clara, cubierto por la sombra de un árbol centenario. Su tronco retorcido y sus ramas que parecen brazos alzados hacia el cielo, guardan un secreto que ni el tiempo ha logrado marchitar.
Hay noches —dicen— en que el aire se vuelve espeso y las hojas del nacaxtle susurran un nombre entre lamentos. Es el eco de Aurora, la muchacha que prefirió la eternidad antes que una vida impuesta.
La leyenda de “La Colgada”
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, mucho antes de que aquel sitio fuera panteón, existía un rancho llamado La Chichigua. En medio de sus terrenos crecía un nacaxtle de enorme estatura, plantado por los antiguos propietarios. Bajo su sombra, el tiempo parecía detenerse, y hasta las bestias se mantenían en silencio.
En aquellos años, la joven Aurora era conocida por su belleza y dulzura. Pertenecía a una familia acomodada, de esas que cuidaban más el apellido que los sentimientos. Su destino ya estaba trazado: un matrimonio conveniente, de conveniencia y prestigio.
Pero el corazón de Aurora ya tenía dueño. Era un joven humilde, sin riquezas, pero con una sonrisa franca y manos de trabajo. Ese amor, imposible para los suyos, fue visto como una deshonra. Los padres de la joven prohibieron aquella relación y dispusieron su boda con otro hombre de su misma clase social.
Aurora lloró, imploró, y cuando comprendió que nadie escucharía su dolor, eligió el silencio más profundo.
El árbol del destino
Una tarde, con el alma rota y el rostro bañado en lágrimas, caminó sola por lo que hoy conocemos como la avenida 18 de Octubre. Las luces del crepúsculo se apagaban entre los campos, y en la distancia, el gran árbol parecía esperarla como un viejo guardián.
Dicen que llegó hasta su base, tocó la corteza áspera, y con voz apenas audible, susurró una despedida.
Allí, bajo las ramas del nacaxtle, Aurora decidió colgar su cuerpo y dejar suspendido su dolor entre la vida y la muerte.
A la mañana siguiente, los pobladores la encontraron meciéndose con el viento. Nadie se atrevió a tocarla. El llanto de las mujeres se mezcló con el repicar lejano de las campanas, y el lugar quedó marcado para siempre.
El eco de Aurora
Con los años, el rancho se convirtió en el panteón Santa Clara, y el árbol, ya centenario, continúa en pie. El encargado del lugar, don Gabriel Jiménez, asegura que cada año los habitantes de Minatitlán recuerdan la tragedia de Aurora con una representación en la que una muñeca es colgada del mismo árbol, reviviendo su historia ante el pueblo.
Muchos visitantes afirman haber sentido un escalofrío al pasar junto al nacaxtle, y algunos aseguran haber visto una silueta blanca balanceándose suavemente, como si el espíritu de Aurora aún se meciera con el viento de las noches veracruzanas.
—No hay peor prisión que la del corazón —decía el viejo abuelo mientras encendía su lámpara de aceite—.
Aurora no murió del todo… solo se cansó de vivir en una jaula de oro. Y desde entonces, su pena vaga, invisible, entre los sepulcros, recordándonos que el amor, cuando se prohíbe, se vuelve maldición.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en un articulo de Misael Viveros, Diario de Xalapa (2022)