
Mis queridas almas lectoras, imaginen una noche cerrada, faroles mortecinos iluminando callejones empedrados, y el viento cargado de susurros viejos como tumba antigua. En esas noches se contaban historias que erizaban la piel, cuentos de cadáveres que no quisieron quedarse en la tierra… Y es precisamente en esa penumbra —entre tierra, sal y murmullos del pasado— donde nació uno de los museos más horripilantes y fascinantes de nuestra tierra: el Museo de las Momias de Guanajuato. Hoy les relataré cómo, gracias al cine popular, aquellos cuerpos silentes se convirtieron en embajadores del miedo… y del turismo.
El origen de las momias
Los vecinos de Guanajuato cuentan —y algunos viejos lo recuerdan— que en 1865 las autoridades del municipio comenzaron a exhumar los cuerpos de quienes no pagaban el impuesto perpetuo para mantener sus nichos en el cementerio de Panteón de Santa Paula. Entre esos huesos desempolvados, apareció el cadáver del médico francés Remigio Leroy: cinco años después de su muerte —entre 1865 y 1870— su cuerpo permanecía terriblemente intacto.
Dicen que al abrir su ataúd, los panteoneros vieron algo que no esperaban: un cadáver casi completo, momificado naturalmente por el suelo seco y la humedad justa de las criptas. Vestido con su traje de época, Leroy parecía más un noble pasajero del tiempo que un muerto más.
Con el paso del tiempo, aparecieron más cuerpos —hombres, mujeres, niños— todos conservados bajo esa tumba que se negaba a liberar sus secretos. Las voces comenzaron a correr: “¿Te atreves a entrar con vela en mano y ver lo que no debe ver un vivo?” Así, poco a poco, lo que era morbo clandestino se transformó en curiosidad colectiva.
De la cripta al museo
Ante la creciente afluencia de curiosos, las autoridades decidieron trasladar las momias a un recinto preparado para su exposición. Ese lugar, décadas después, se convirtió en el Museo de las Momias, que hoy resguarda —según registros oficiales— más de cien cuerpos momificados, algunos tan antiguos como Leroy.
El museo no sólo se convirtió en un testimonio del pasado, sino en un espejo terrible: la muerte, en Guanajuato, conservó sus restos con tal fidelidad que parecía susurrar secretos. Y cada momia, con su rostro petrificado, contaba una historia silente.
Cuando el cine trajo al mundo a las momias
Mis queridas almas lectoras: cruzaron los años, y aquel lugar de silencios y susurros clandestinos encontró una puerta al mundo en forma de película. En 1972 salió Las momias de Guanajuato, dirigida por Federico Curiel “Pichirilo”, con reparto encabezado por Blue Demon (La Leyenda Azul) y Mil Máscaras (Mr. Personalidad), con una participación especial del Santo (El Enmascarado de Plata) y Tinieblas (El gigante sabio, el Capital Aventura) interpretando al villano.
En la trama, un grupo de turistas recorre el museo —sí, ese mismo: el de Guanajuato— cuando el guía narra la leyenda de un luchador del pasado llamado Satán, que fue vencido por un antepasado del Santo y juró regresar para vengarse. Las momias cobran vida, el horror se despliega, y los enmascarados deben combatir lo sobrenatural.
Con esa película, el mundo volteó sus ojos al pueblo de callejones pétreos y criptas silenciosas. Guanajuato dejó de ser sólo un vestigio colonial: se convirtió en capital del terror, del misterio y del turismo oscuro. Los susurros de los muertos atravesaron fronteras, y las momias de Guanajuato comenzaron a ser leyenda viva.
El legado del turismo oscuro
Sí, alma curiosa: no exagero cuando digo que hoy el Museo de las Momias es uno de los principales atractivos turísticos del estado. Estudios recientes señalan que miles de personas visitan Guanajuato atraídas por su patrimonio oscuro: las momias.
La exhibición, que inició clandestina en las criptas del cementerio, evolucionó hasta convertirse en una institución respetable —o al menos reconocida— que convive con la memoria, la muerte y la fascinación colectiva por lo macabro.
Así, lo que fue exhumación administrativa terminó transformado en testimonio cultural: cientos de cuerpos momificados, historias de vidas truncadas, ecos de enfermedades pasadas, y un reclamo silencioso de memoria.
Mis queridas almas lectoras, si algo nos enseña esta historia —como buen escalofrío contada a la luz de una vela— es que la muerte no siempre llega con silencio ni olvido. A veces, conserva su cuerpo, aguarda en el subsuelo, espera a que alguien se atreva a mirarla a los ojos.
El Museo de las Momias de Guanajuato no es mera curiosidad morbosa, sino un relicario de vidas pasadas, de historias que merecen ser contadas, recordadas y respetadas.
Y si la cinta del Blue Demon, Mil Mascaras, Santo y Tinieblas logró llevar esos cuerpos velados a plazas y pantallas, no es para reírse del miedo, sino para revalorizar lo nuestro: nuestro pasado, nuestras costumbres, nuestro respeto por la memoria.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Este texto es una versión creada por El Cronista Garbancero
a partir de la leyenda popular y relatos varios.