
Hay espantos que nacen de un hecho, y hay otros que vienen arrastrando siglos, como polvo antiguo que no se deja barrer.
La Llorona pertenece a estos últimos.
No es un simple fantasma. No es una madre doliente solamente. Es una presencia que cruza ciudades, caminos y tiempos, vestida de blanco, preguntando por sus hijos… y dejando muerte detrás de sí.
Yo mismo, que he recorrido estas calles desde antes de perder la carne, puedo decirlo sin rodeos: no hay aparecido más temido en México que ella.
La leyenda
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que entre todos los peligros que acechan de noche en la Ciudad de México, ninguno es tan funesto como La Llorona.
Peor aún que la famosa vaca de lumbre —esa bestia de fuego que galopa a medianoche sin causar daño—, La Llorona es letal. Porque ella sí mata, y lo hace sin tocar.
Dicen que a veces camina despacio por calles solitarias, llorando por sus hijos perdidos. Viste enaguas blancas y se cubre el rostro con un rebozo del mismo color. A simple vista parece una mujer decente, casi respetable… y justo ahí yace el engaño.
Porque quien le habla, muere.
La mujer que pecó contra la vida
Nadie sabe cuándo comenzó su historia. Solo se sabe que, cuando aún respiraba, cometió pecados abominables.
Cada hijo que nacía de su vientre era arrojado sin misericordia a los canales que rodeaban la ciudad, ahogándolos uno por uno. Fueron muchos. Demasiados. Durante años nadie la detuvo… hasta que su conciencia, o quizás un sacerdote, o tal vez los mismos santos, la enfrentaron con su culpa.
Desde entonces comenzó su castigo: caminar de noche, llorando eternamente por los hijos que ella misma condenó.
El espectro que despierta a los vigilantes
En más de una ocasión, La Llorona se aparecía ante los serenos que cuidaban la ciudad dormida.
—¿Qué hora es? —preguntaba con voz hueca.
—Las doce de la noche —respondía el vigilante.
—A las doce debo estar en Guadalajara… o en San Luis Potosí… —decía ella—. ¿Dónde hallaré a mis hijos?
Entonces gritaba con tal dolor que el alma se helaba, y desaparecía al instante.
El vigilante quedaba como muerto… y muchos no sobrevivían al amanecer.
El rostro bajo el rebozo
Pero la visión más terrible ocurrió cerca de la iglesia de Santa Anita. Un oficial de la guardia, confiado y necio, encontró a una mujer vestida de blanco. Le habló con galantería, pidiéndole que mostrara su rostro.
Ella obedeció.
Y bajo el rebozo no había carne ni ojos…
solo una calavera sonriente, sujeta a un esqueleto descarnado.
De sus fauces brotó un aliento helado que le congeló la sangre en el pecho. Cayó desvanecido, y aunque logró regresar a su cuartel, murió poco después, consumido por el espanto.
La aparición que no conoce fronteras
Lo más inquietante de La Llorona no es su aspecto, sino su don imposible.
Puede ser vista al mismo tiempo en distintos puntos: en el atrio de la Catedral, en los Arcos de San Cosme, cerca del Salto del Agua… y esa misma noche en Monterrey, Oaxaca o Acapulco.
Donde alguien le habla, alguien muere.
En los caminos rurales también se aparece. A unos viajeros que la interrogaron, respondió con su eterno lamento… y uno de ellos enloqueció para siempre.
No todas las Lloronas son iguales, mis niños.
Algunas nacieron del romance, otras del crimen pasional…
pero esta, la más antigua, no pide perdón ni busca consuelo.
Ella es castigo puro. Eco de una diosa olvidada. Recuerdo vivo de que hay culpas que ni la muerte borra.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Thomas A. Janvier,
Legends of the City of Mexico, 1910.