Durante el gobierno del virey, D. Rodrigo
Pacheco y Osorio, llegó á Nueva España un
viejo mercader español llamado D. Lope de Armijo
y Lara, quien se fué á vivir á una casa pobre
y ruinosa en uno de los callejones al Oriente
de la Ciudad.
Don Lope llevaba una vida llena de misterio;
no tenía servidumbre, compraba personalmente
sus víveres, hacía muchas caridades, vestía
humildemente, pero siempre se le veía armado
hasta los dientes; armadura completa damasquina
traía sobre acerada cota de malla, largo
estoque y luenga daga ceñía á su cintura, y de
noche los que lo veían salir afirmaban que á la
luz de la luna se le veían otras armas; por lo
cual no tardaron en conocerlo con el nombre de
«el armado.»
Todas las mañanas se le veía en el templo de
San Francisco, permanecía en oración las horas
enteras; comulgaba dos veces por semana, y algunos
afirman que algunas noches se le oía hacer
penitencia.
En las más lóbregas de estas salía y tomaba
por el rumbo de la plazuela de Mixcalco perdiéndose
pronto en las sombras; volvía después
de la media noche y se le oía contar gran cantidad
de dinero; en seguida se escuchaba un
grande y lastimero quejido y un ruido como de
una gran tapa de fierro que cayese sobre una caja
y luego todo quedaba recogido en el silencio.
La vida de este hombre era un misterio que
muchos querían desentrañar denunciándolo á la
justicia; pero el desenlace fué más misterioso
todavía.
Una mañana, el hombre misterioso apareció
ahorcado y pendiente de su propio balcón. ¿Fué
un suicidio, originado por el pánico de una denuncia?
¿Fué un crimen de esos que jamás investiga
la justicia humana? Nadie lo sabe; pero
al registrar la casa de «el armado», que dió nombre
á su calle, se encontró una gran suma de
dinero y cráneos de hombres que seguramente
perecieron á sus manos.