
Mis queridas almas lectoras, en los días del virreinato, cuando la Ciudad de México apenas se dormía entre rezos y campanadas, los callejones se cubrían de misterio y las sombras parecían susurrar nombres prohibidos. Era el tiempo de los duelos a capa y espada, de los templos resonando plegarias y de los hombres que creían poder engañar a la muerte.
De esa época llega hasta nosotros la historia de Don Juan Manuel, caballero distinguido, dueño de riqueza y fama, pero preso de un tormento tan oscuro que ni el rezo ni el oro pudieron salvarlo.
Las muertes de la Calle Nueva
Los vecinos comentan, y algunos mayores afirman, que por la Calle Nueva —donde moraban los nobles más respetados— se escuchaban pasos furtivos y gritos ahogados cada noche al dar las once.
Los cuerpos amanecían tendidos entre los portales, con el pecho atravesado por una daga. La ronda virreinal patrullaba sin hallar sospechoso, y la gente temía salir una vez que sonaba el toque de oraciones. Nadie sabía quién mataba, pero todos sabían cuándo: a las once.
Don Juan Manuel y su sombra
En una de esas casas de altos balcones vivía Don Juan Manuel, noble y caballero ilustre, casado con una dama tan bella como virtuosa. Lo tenía todo: fortuna, respeto y posición. Pero en su alma, como nube que empaña el cielo, crecía un temor: la sospecha de que su esposa amaba a otro.
Los celos, ese veneno que ciega, le royeron el corazón hasta convertirlo en un hombre distinto.
El pacto y el crimen
Una noche de tormenta, consumido por la duda, Don Juan Manuel perdió la razón y, en su desesperación, invocó al mismísimo demonio.
El Maligno se le apareció envuelto en resplandores rojizos y le susurró:
“Cada noche a las once pasa por esta calle un hombre que te roba la honra. Dale muerte, y hallarás tu paz.”
Ciego de furia, Don Juan Manuel aguardó a la sombra que cruzaba el empedrado. Se acercó y preguntó con voz fría:
—¿Qué hora es, caballero?
—Las once —respondió el otro.
Entonces el noble hundió su daga en el pecho ajeno, murmurando:
—Dichoso usted, que sabe la hora en que muere…
Desde aquella noche, la calle se tiñó de sangre, y cada vez que el reloj marcaba las once, otro cuerpo caía.
La confesión
Consumido por la culpa, Don Juan Manuel buscó refugio en el templo de San Francisco. Allí, entre rezos y lágrimas, se arrodilló ante un fraile para confesar su crimen.
Le contó de su pacto con el diablo, de las muertes, del vacío que lo devoraba… hasta que con voz temblorosa dijo el último horror:
“Padre, he matado a mi propio sobrino, Don Lope.”
El confesor, conmovido pero firme, le impuso penitencia:
“Durante tres noches, a las once, irá al pie de la horca a rezar por las almas de aquellos que mató.”
Las campanadas del castigo
Obedeció el caballero. La primera noche, entre ráfagas de viento, escuchó una voz que retumbó en la oscuridad:
“Rezad un Padre Nuestro por el alma del que llega al patíbulo esta noche… por Don Juan Manuel.”
El noble cayó sin sentido. La segunda noche volvió, temblando. Y la tercera, mientras se postraba ante la horca, un resplandor descendió del cielo y unos ángeles —dicen los vecinos— bajaron para colgar su cuerpo, ajusticiando su pecado en nombre divino.
Desde entonces la Calle Nueva cambió de nombre y fue llamada Calle de Don Juan Manuel, en memoria del noble atormentado que mataba a las once.
Y aunque las campanas ya no marcan su hora, todavía hay quien jura que, en las noches sin luna, escucha una voz que susurra entre los muros:
—¿Qué hora es, caballero?…
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social.
Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza.
Libro: Tradiciones y Leyendas Mexicanas (1880).