
Decía mi padre —un señor tan serio que ni muerto sonreía— que en Aguascalientes las noches tienen un brillo peculiar: uno que deja ver lo que otros pueblos prefieren ocultar. Las viejas casas, los portones vencidos, los jardines donde la maleza susurra historias… todo parece guardar secretos que no siempre duermen.
Y fue en Calvillo, tierra de guayaba y silencio profundo, donde una humilde maestra descubrió que algunos niños, aun siendo almas en pena, siguen esperando que alguien los vea.
La leyenda
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en la primaria Miguel Hidalgo hubo una niña que jamás dejó de asistir a clases, aunque hace décadas que dejó de pertenecer al mundo de los vivos.
A continuación, mis queridas almas lectoras, les presento esta tragedia envuelta en trenzas largas, zapatos boleados y secretos que desgarran el alma.
La maestra y la niña que nunca hablaba
La maestra —recién llegada de un rancho a la calle 5 de Mayo— notó por primera vez a la niña una noche cualquiera. Una pequeña solitaria, uniforme escolar impecable, trenzas largas, ojos perdidos en la sombra.
Aparecía de repente: en el patio, en la salida, sentadita en las escaleras como quien espera a un padre que no llegará. Ningún adulto la acompañaba. Ninguna otra criatura jugaba con ella. Siempre sola.
La noche en que decidió seguirla
Como buena mujer de temple, la maestra se quedó tarde un día para ver quién recogía a la niña. Cuando el sol murió y las calles quedaron vacías, la pequeña se levantó sin darse cuenta de que era observada… y caminó hacia una casa en ruinas.
La vio entrar. Aquella vivienda, abandonada y triste, no combinaba con los zapatos bien boleados de la criatura. Algo no cuadraba, como si la pobreza del presente chocara con la elegancia del pasado.
Y justo cuando la maestra se asomó por un agujero de la puerta rota… dos ojos infantiles estaban pegados al mismo orificio.
—Entra —dijo la niña con voz dulce—. Te quiero enseñar algo.
El jardín devorado por la maleza
Dentro, la casa era un cadáver abierto: jardines altos como secretos, habitaciones sin techo, hornos derruidos, caballerizas que habían perdido toda dignidad. La niña corría entre las hierbas como quien conoce cada rincón.
Fue entonces cuando una mujer pálida salió de un cuarto olvidado, señalando a la intrusa:
—¿Quién es esta mujer?
La niña apretó la mano de la maestra —helada, temblorosa como un recuerdo maldito— y respondió:
—¡Es mi amiga!
Ese toque le devolvió las fuerzas… pero para huir.
El descubrimiento en la escuela
Al día siguiente, la niña volvió a aparecer en la escuela. Pero ahora la miraba con tristeza, como quien todavía ruega algo.
La maestra buscó respuestas en los archivos, pero Beatriz no aparecía en ninguna lista. Fue la directora quien rompió el silencio:
—Has visto a Beatriz. Ella sigue viniendo… pero ya no es ella del todo.
Y entonces, la verdad se abrió como una puerta carcomida.
La tragedia de Beatriz
En 1953, Beatriz estudió en esa primaria. Huérfana de madre, criada por un padre amoroso pero ausente —pues vivía de las carreras de caballos—, quedó al cuidado de una tía cruel que la culpaba injustamente por la muerte de su hermana.
La pequeña iba siempre bien arreglada a la escuela, pues la tía quería ocultar las golpizas que le daba.
Una tarde, la mujer decidió no recogerla, esperando que Beatriz desobedeciera y así tener un motivo más para desquitar su odio. Pero la niña esperó… y esperó.
Y el frío de la madrugada terminó robándole la vida. La tía la enterró en secreto en la casa.
La tía y el castigo del alma que no perdona
El padre había dejado su fortuna a la niña, y al enterarse, la tía enloqueció. Fue entonces cuando Beatriz comenzó a aparecerle cada madrugada diciendo: —Tengo frío. Tengo hambre. Ven por mí, tía.
La mujer corría de habitación en habitación, perseguida por su propia culpa. Hasta que un día, ya ida de la razón, se ahorcó en el cuarto donde la maestra la había visto tiempo después.
Las almas que no descansan
Cuentan que alguien adquirió luego el terreno y encontró los restos de la niña, dándole por fin sepultura como Dios manda. Pero el alma de la tía sigue penando, furiosa, atrapada en un purgatorio sin salida.
Dicen que quien llega a verla sufre un susto tan grande que queda marcado de por vida… porque pocas cosas dan más miedo que un alma condenada por su propia maldad.
Ah, mis queridas almas lectoras, los que hemos muerto sabemos bien que no hay frío más hondo que el del olvido, ni pena más larga que la de un niño que espera en vano.
Beatriz no buscaba asustar. Buscaba ser vista, ser entendida, ser llorada como merece cualquier criatura. Y si aún ronda la vieja primaria, quizá es porque hay historias que sólo descansan cuando alguien las cuenta de nuevo.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Oliver Barona,
Leyendas de Aguascalientes