
Mis queridas almas lectoras, permítanle a este viejo esqueleto, enamorado de las campanas viejas, guiarlas por un templo que guarda ecos de guerra. En Fresnillo, donde la madrugada huele a cantera y pólvora añeja, aún se escucha el rechinido del kepí de un militar fantasma subiendo y bajando las escalinatas estrechas del campanario.
Un fantasma que no se resigna a abandonar el sitio donde se arrancó la vida.
Siéntense pues, a la luz de las velas… que esta historia no se cuenta sin que un frío le suba a uno por las vértebras.
El temor de los monaguillos
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, en la Parroquia de la Purificación, los más chamacos eran los primeros en sentirlo. Apenas el coro terminaba sus obligaciones, los monaguillos salían por las empinadas escaleras como almas perseguidas por el mismísimo diablo.
Decían que allá arriba, entre la penumbra que huele a madera vieja y cera derretida, moraba un visitante de botas ruidosas y cara ensangrentada.
Y nada más de pensarlo, las criaturas se volvían atletas del miedo.
La figura del militar fantasma
La aparición era la de un militar regordete, de estatura regular, con chaquetilla azul, botonadura brillante y un kepí recortado que parecía tragarse la sombra.
En una mano empuñaba un sable; en la otra, una pistola.
Dicen que se le veía el rostro a medias… pero cuando la luz de algún ventanuco se filtraba, sus ojos desorbitados y su boca ensangrentada obligaban a cualquiera a bajar corriendo los peldaños.
Unos aseguraban escuchar sus maldiciones, dichas con voz ronca y atorada entre metales.
Las apariciones y el misterio del mes de febrero
El espectro solo aparecía en febrero. Pero con el tiempo, comenzó a mostrarse cuando más gente subía al coro o cuando el atrio estaba lleno.
Como si buscara testigos. Como si quisiera recordar algo que no se resigna a olvidar.
La investigación: la sangre en los peldaños
La gente del pueblo quiso indagar quién era aquel fantasma de uniforme azul. Así fue como dieron con un episodio sangriento ocurrido en 1913: un enfrentamiento feroz entre las fuerzas del General Pánfilo Natera y las de José Natividad del Toro, comandante de la acordada en Fresnillo.
Del Toro se atrincheró en el campanario, disparando hacia abajo mientras las tropas rivales respondían en una lluvia de metralla.
No había poder humano que lo bajara.
El humo, el chile seco y la decisión final
Para expulsarlo, apilaron chile seco en la entrada y le prendieron fuego. El humo ardiente subió como látigo, obligando a los hombres atrincherados a descender. Todos… menos él.
Del Toro, antes de ser capturado, tomó su pistola y se disparó en la boca, eligiendo morir antes que ceder. Su cuerpo fue arrastrado por sus subalternos, dejando un rastro de sangre por todos los escalones del campanario. A los demás los fusilaron ahí mismo, en el atrio.
Y desde entonces…
El alma de Del Toro regresó al sitio donde decidió su destino. Que se manifiesta en el primer nivel del campanario… o en el atrio, vigilante, con su uniforme que ya no pertenece a este tiempo. Dicen que muy pocos soportan verlo de cerca.
Que sus ojos, grandes y manchados, no han olvidado aquel día de 1913.
Y que su espíritu no descansa ni dejará de rondar mientras las campanas sigan colgadas de esa torre.
Ah, mis queridas almas lectoras… cuando uno camina entre templos viejos, más vale ir con respeto. Donde hubo sangre, queda pena; donde hubo guerra, queda eco. Y donde un hombre decidió su muerte, queda alma.
No es cosa de asustarse —aunque uno termina temblando—, sino de reconocer que las piedras guardan memoria. Y esa memoria a veces se levanta, resopla y vuelve a caminar.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Anet Pamela Valle
Leyendas de Zacatecas