Hace más de dos siglos, en la solemne Sala Capitular de la Muy Venerable Congregación de Santos Sacerdotes, ubicada en el Sagrado Santuario de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe en la Ciudad de Santiago de Querétaro, se llevó a cabo un evento que trascendió lo ordinario para convertirse en una leyenda imperecedera, una historia de fe y milagro que ha perdurado a lo largo del tiempo.
El Día que todo paso
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que el 29 de agosto del año 1794. En el corazón del santuario, se encontraban reunidos los Bachilleres Don José Portillo, Don Ignacio Borja, Don Ignacio Frías y el Maestro Don José Huemes. En un momento de la reunión, Don Ignacio Frías se vio atraído por el balcón, como si una fuerza invisible lo llamara hacia él.
Sin advertencia alguna Don Ignacio se desquició, el balcón cedió bajo el peso de Don Ignacio, arrojándolo al vacío desde una altura considerable hasta el empedrado suelo, destrozando las tejas sobre las que cayó. El aire vibraba con el grito colectivo de horror mientras todos observaban impotentes cómo su cuerpo caía en picada hacia el empedrado suelo, cuya dureza prometía un destino fatal y recibiendo el impacto del pesado madero del balcón. Todos temían lo peor al presenciar el accidente.
El Milagro
Pero en ese momento de desesperación, cuando la tragedia parecía inevitable, ocurrió algo extraordinario. Al registrar el estado de Don Ignacio Frías, se descubrió que milagrosamente no había sufrido lesiones de consideración en su cuerpo. La devoción y gratitud invadieron su corazón al reconocer que había sido protegido por la mano divina de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien invocó en medio de su angustia.
¿Qué poder podría cubrir a un hombre, protegiéndolo en una caída segura y mortal? La respuesta yacía en la fe inquebrantable de Don Ignacio Frías, quien en el momento de la tragedia invocó con fervor a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y protectora de los fieles. Fue su intercesión milagrosa la que protegió de la caída a Don Ignacio, envolviéndolo con sus brazos maternales y protegiendolo de vuelta a la seguridad del suelo.
El Exvoto
El asombro y la gratitud llenaron los corazones de todos los presentes al descubrir que, a pesar de la altura y la violencia del incidente, Don Ignacio Frías no sufrió lesiones de consideración en su cuerpo. Su vida fue un testimonio viviente del poder milagroso de la fe y la intercesión amorosa de Nuestra Señora de Guadalupe.
En reconocimiento y gratitud por el milagro recibido, Don Ignacio Frías decidió plasmar la extraordinaria experiencia en un exvoto, una ofrenda de devoción y agradecimiento hacia la Virgen de Guadalupe. Este exvoto, datado en el año 1794, permanece aún hoy en las paredes del Santuario de La Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de Santiago de Querétaro, recordándonos el poder de la fe y los milagros que pueden ocurrir cuando confiamos en la protección divina.
La leyenda del Exvoto de 1794 es mucho más que una historia pasada de generación en generación; es un recordatorio de la presencia constante de lo divino en nuestras vidas y de la capacidad de la fe para obrar milagros en los momentos más oscuros y desesperados. Mañana es un día tan especial, en el que celebramos el amor y la protección de Nuestra Señora de Guadalupe, renovemos nuestra devoción y gratitud hacia ella, sabiendo que su bondad y poder milagroso están siempre a nuestro lado.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndola a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente pues es así como el relato llego a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que por ser leyenda puede o no tener una base real y tener una increíble dosis de libertad literaria ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima garbancer@s
El Cronista Garbancero
Exvoto de 1794, expuesto en una de las paredes del Santuario de La Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de Santiago de Querétaro
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