En el año de 1612…
México estaba, como quien dice, trazado pero no concluido. Veíanse edificios almenados y que denunciaban la opulencia de sus dueños, junto á otras de pobre apariencia y algunas veces junto á humildes barracas de madera. Sólo una calle, habitada exclusivamente por nobles, contaba, toda entera, con los más lujosos edificios. Era conocida con el nombre de Calle Nueva.
En la acera que mira al Sur y desde la segunda casa hasta la esquina de la calles de Ixtapalapa (hoy Flamencos) se veía una serie de casas y solares que tomaban fondo hasta la calle de la Celada, hoy de San Bernardo.
El propietario de esos solares y casas era un caballero llamado D. Juan Manuel de Solórzano, cuya memoria se encuentra envuelta en mil consejas y anécdotas; de él se cuentan multitud de sucesos extraordinarios; que todas las noches á las 11 mataba una ó más gentes, que tanto fué lo que hizo que lo ahorcaron los ángeles, v otras muchas vulgaridades á cual más exagerada y estravagante; pero lo verídico es ló siguiente.
El día 28 de Octubre de 1612, llegó á Nueva España en la comitiva del virey D. Diego Hernández de Córdova, Marqués de Gualdacázar un noble caballero llamado D. Juan Manuel de Solórzano y Betanzos, quien pertenecía como comendador, á la Orden de Santiago
D. Juan Manuel …
Era un hombre como de 49 á 52 años; su cabello antes rubio y cortado muy corto había encanecido casi completamente; la barba la tenia cerrada y las guías del bigote retorcidas hacia arriba; delgado pero con excesiva fuerza muscular, vestía por lo general, de trusa, boina, calzas y mayas negras, aunque algunas veces se le veían ricos y bordados ferreruelos de color, y usaba como armas un rico puñal con puño de oro y un estoque de Toledo con empuñadura de plata.
D. Juan era excesivamente feliz, pues por su titulo y por la íntima amistad del Virrey tenia toda toda clase de honores, y por su cuantiosa fortuna, toda clase de comodidades.
Cuéntase que una vez lo fúe á ver una pobre viuda que tenía dos hijas hermosísimas, a cada una de las cuales les regaló cinco mil pesos sin pretender conocerlas, ¡Hermoso ejemplo de la antigua caballerosidad!
Sostenía el culto de la iglesia de San Bernardo la cual se comunicaba por una pequeña puerta con su casa, manteniendo asímismo en varias Iglesias lámparas y ceras que ardían de dia y de noche.
Su casa como se puede ver hasta la presente, más bien que casa parecía un castillo; es de tezontle, remata en almenas con torreones y casilla de azulejos, pórtico de columnas, canales de cánones, y entrando á los inmensos patios se pueden admirar innumerables rejas, ventanas y claravoyas, así como pasos cubiertos que revelan lo misterioso que era D. Juan Manuel en todas sus cosas.
Para colmo de venturas, casóse al año siguiente de su llegada con una mujer de rara hermosura, llamada Da Leonor de Branfuente y Laguna, hija única de un acaudalado minero de Zacatecas con cuyo dote aumentó considerablemente sus tesoros.
D. Juan, era excesivamente celoso,
á grado tal que nadie conocía á su mujer, la cual sólo salía á misa de 5, y eso con un grueso velo negro que encubría su hermosura. Nadie visitaba la casa, excepción hecha del Virev y el confesor de la Señora, el cual pasaba algunas veces á desayunarse después de la misa.
Vivían tranquilos ambos esposos porque Da. Leonor sabía ajustarse á las ideas de su esposo, pero los celos vinieron á traer un desenlace funesto.
Supo un día D. Juan Manuel que el alcalde de Corte, D. Antonio de los Reyes, en compañia del Alguacil mayor habían jurado raptar á Da. Leonor y que tal crimen lo cometerían en esa noche á las once.
D. Juan Manuel no conocía al alcalde, por lo cual esa noche se puso en espectativa. Al dar las once, acertó á pasar un joven llamado D. Luis Lope de Varela al que D. Juan, confundiéndole con el alcalde, infirió alevosa y horrible puñalada, huyendo en seguida a encerrarse en su casa.
Algo había de verdad en lo del rapto, pues á la noche siguiente, desde antes del dar las once, el alcalde y el alguacil mayor se paseaban á lo largo de la calle.
D. Juan Manuel, temiendo equivocarse como en la noche anterior, decidió hablarles, y acercándoseles dijo á uno de ellos con fingida galantería: dispense usarcé, ¿qué horas son? Y no dió tiempo á más, pues al desembozarse el alcalde para sacar de la limosnera el reloj, Don Juan, viendo el escudo real bordado en la trusa de este, sacó violentamente su rica daga y hundióla tres veces en el pecho del infeliz.
El alguacil mayor huyó, pero á pocos pasos fué alcanzado por D. Juan quien le derribó sin vida de una puñalada, no obstante tener el agredido el estoque en la mano.
D. Juan Manuel como la noche anterior huyó y encerróse violentamente en su casa.
A los tres días de esto,
D. Juan Manuel desapareció de su casa, y á los ocho amaneció ahorcado en la plaza……
¿Quién le ahorcó?
¿Cómo pudieron descubrir su delito?
Lo explicaré en dos palabras:
Vivía en el número uno de la calle Nueva y casi enfrente de la casa de D. Juan Manuel, una beata á quien llamaban la madre Mariana, ésta tenía la costumbre de rezar tantos credos como días del mes iban, y así el día ocho rezaba ocho credos y el día 26 se tardaba mucho en rezar los 26 credos.
El día 25 de Abril de 1617, comenzaba la madre Mariana á rezar sus 25 credos, cuando al dar las once, oyó un gemido, apagó la lamparita de aceite que tenía delante de un crucifijo, se asomó á la ventana y vió que un hombre cayó muerto, á la vez que otro atravesó y entró en la casa de D. Juan Manuel.
A la siguiente noche y casi á la misma hora que la anterior, escuchó el ruido de una puerta, se asomó y vió á la luz de la luna que era un hombre que, embozado hasta los ojos, se hallaba en pie en la puerta de la casa de D. Juan; poco rato después se desembozó y comenzó á examinar su estoque y su daga; entonces pudo ver perfectamente la madre Mariana que era el mismo D. Juan Manuel.
Ya pensaba Mariana retirarse, cuando vió que D. Juan se pasó violentamente abajo de donde ella estaba; allí habló con dos caballeros y sin mediar muchas palabras, D. Juan sacó su daga dando muerte a ambos caballeros, en los
términos que antes hemos referido.
La madre Mariana no pudo dormir esa noche y en cuanto amaneció fué á contar á su confesor lo que había visto, quien lo delató al Arzobispo y éste á la justicia, la que decidió ahorcar misteriosamente al tan mentado caballero.
No se sabe cómo fué aprehendido ni á qué hora fué ahorcado, pues de esa ejecución sólo Dios, el Juez y D. Juan lo supieron.
Su cadáver fué sepultado con todo el lujo de entonces en el templo de San Francisco, en el altar mayor y junto al sepulcro de su primera victima D. Luis Lope de Varela.
Tocante á la calle Nueva, quedósele desde entonces calle de D. Juan Manuel, y la tradición afirma que en mucho tiempo nadie se atrevía a pasar por esa calle después del toque de la Plegaria.