
La mar guarda secretos, mis almas lectoras, y en Campeche, cuando el viento sopla con furia y el mar se estremece contra la roca, hay quien asegura que algo grita debajo del oleaje. Algunos dicen que es el choque del agua en cavernas antiguas; otros —los viejos, los que han visto más de lo que deberían— juran escuchar el llanto áspero de una mujer sin piel, de un demonio con hambre eterna.
Mucho antes de que el cine, la televisión o los noticieros dieran nombre al terror, ya se hablaba en Seybaplaya de la Bruja del Morro. Y desde aquel tiempo… nadie que se acerque demasiado regresa para contarlo.
El Morro
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, en Seybaplaya, existen unas cuevas donde el mar habla con eco maligno.
Allí, las olas golpean como tambores y el viento baja retumbando como si una garganta gigante respirara bajo la piedra.
Quien navega cerca… desaparece. No hay restos, ni gritos, ni cuerpos —solo la espuma que se traga nombres.
Las desapariciones
Hace siglos, una familia entera se desvaneció en una sola noche. Después otra… y otra. No hubo rastros, ni fuga, ni pelea. Era como si una boca se los tragara completos.
La gente, temblando como maíz en comal, buscó respuesta en un brujo famoso por su magia blanca. Él no tardó en revelar lo impensable:
Un demonio, disfrazado de anciana, devoraba a las familias cuando dormían.
La trampa
Prepararon una casa señuelo. Una noche, justo como pronosticó el hechicero, llegó una viejecilla temblorosa suplicando posada. De ojos apagados, de caminar cansado… pura lástima inspiraba. La familia aceptó. El brujo esperó en silencio.
Pero a la medianoche los habitantes de la casa comenzaron a salir rumbo a la letrina, con dolor en las entrañas y sudor en la frente. El hechicero fue a buscar a la anciana… y solo encontró un pellejo vacío, tirado como ropa usada.
El demonio sin piel
El brujo siguió los rastros hasta el baño. Allí lo vio.
Un monstruo rojo, viscoso, con la boca abierta más grande que la de cualquier hombre, devorando a un niño aún vivo.
El brujo lanzó sal, agua bendita, bejucos y palabras que no deben repetirse. Las ramas se volvieron cadenas. La bestia rugió.
Había caído la vieja Ishawuu.
Su prisión
Los habitantes la arrastraron hasta las cuevas del Morro. La marea subió. Las cadenas tensaron. Y la bruja, ahogándose entre el mar y la furia, gritó:
«¡Volveré cuando el tiempo se cumpla!»
Dicen que el hechizo solo duraría 300 años. Y hay quienes creen… que el plazo termina en estos tiempos.
Cuando el Morro ruge
En temporada de nortes, la cueva ruge como bestia encadenada. Los pescadores se persignan. Las madres cierran ventanas.
Y hay quien asegura que ha visto utensilios antiguos dentro de la caverna cuando la marea baja, como si alguien los colocara para volver a usar la cocina humana.
Cuando la mar brama —dicen los jóvenes— el Morro está enojado. Y el que se acerque… quizá no regrese.
Hijos míos —la mar nunca da aviso antes de tragar. Si el viento sopla fuerte en Campeche y oyen un quejido desde las piedras, recen. No es agua. Es hambre vieja.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Este texto es una versión creada por El Cronista Garbancero
a partir de la leyenda popular.