Entre las leyendas mexicanas, pocas historias rivalizan en profundidad y emotividad con la trágica historia del Indio Triste. A través de los siglos, este relato ha perdurado como un testimonio conmovedor del sufrimiento y el patriotismo que marcaron los días tumultuosos de la conquista de México. Te invitamos a explorar en detalle esta escalofriante y fascinante narrativa, donde los fantasmas del pasado aún deambulan entre las sombras.
Lamento de una Época Pasada
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en el Museo Nacional existe una estatua conocida con el nombre de el » Indio triste», la que muchos toman por un dios de los antiguos mexicanos cuando en realidad representa al personaje histórico que dio nombre a una de nuestras calles.
Al consumarse la conquista, México había casi en ruina, el espectáculo de dolor y de la desolación se ofrecía por todas partes. Aquí eran muros desplomados; allí techos abiertos; por otro lado columnas solitarias.
Al día siguiente de la toma de Tenochtitlán por los españoles, aquel lejano 14 de agosto del año de 1521, un noble indígena conocido como el Indio Triste apareció sentando sobre una pila de escombro en una esquina del palacio de Azaiácatl. Desde allí, contemplaba con amargura y desconsuelo el declive de su cultura, el desmoronamiento de sus tradiciones y la opresión extranjera que envolvía su tierra natal.
El Indio Triste, cuyo verdadero nombre se ha perdido en el tiempo, se convirtió en un símbolo viviente del sufrimiento y la resistencia de su pueblo. Su rostro, marcado por la tristeza y la impotencia, expresaba la profunda herida que había dejado la conquista en el corazón de la nación azteca. Sin palabras, su presencia en la esquina del palacio hablaba del dolor y la lucha de todo un pueblo.
Pensaba en su raza vencida y en el triste porvenir que esperaba á los descendientes de esta. Pensaba en sus costumbres sustituidas por otras que aborrecía. Pensaba en que las mujeres de su nación habían de ser las madres de los hijos de los conquistadores y su corazón se llenaba de ira rabiosa de tristeza impotente, de comprimida indignación.
Soledad
Según sus creencias erróneas miraba, con lágrimas de sus ojos derrumbarse sus dioses y coronar la cruz vencedora el antiguo Teocalii. Ya no era el palacio de Moctezuma el centro del movimiento nacional. Yacía por tierra y despreciado. En cambio se levantaba, símbolo de dominación, el nuevo palacio de D. Hernán Cortés, señor ya del imperio azteca. Aquel hombre era consumido por la tristeza.
Durante meses, el Indio Triste permaneció en su lugar de contemplación, siendo testigo silencioso del paso del tiempo y la transformación de su entorno. Su figura solitaria inspiraba respeto y admiración tanto en los indígenas que lo veían como en los mismos conquistadores, quienes reconocían en él el espíritu indomable de una nación vencida. A los mismos españoles inspiraba veneración, porque siempre la inspira el hombre de carácter firme y de convicciones íntimas.
Como dice un poeta: «Fue la expresión muda y triste de la aflicción de su raza.» Este indígena que, según he dicho, y según Fray Bernardino de Sahagún, era uno de los más grandes personajes de la nobleza mexicana. El 15 de enero de 1522, el Indio Triste partió de este mundo, víctima de la melancolía que lo había consumido desde la llegada de los españoles. Su muerte dejó un vacío en el corazón de aquellos que lo habían conocido, pero su legado perduró en la memoria colectiva de su pueblo, que lo recordó con cariño y gratitud por su valentía y sacrificio.
Hoy, el monumento que honra la memoria del Indio Triste en el Museo Nacional es un recordatorio eterno de su sacrificio y sufrimiento. Susurrando entre las paredes de la calle que lleva su nombre, su espíritu sigue vagando en busca de paz y justicia en un mundo que todavía no ha olvidado su historia.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndola a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente pues es así como el relato llego a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que por ser leyenda puede o no tener una base real y tener una increíble dosis de libertad literaria ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima garbancer@s
Basado en la obra de De Arellano, Angel R.
Leyendas y Tradiciones relativas a las calles de México (1894)
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