Contaban Los abuelos,
que a mediados del Siglo XIX allá por el año de 1860 la ciudad de Querétaro sufría muy frecuentes embates por los que denominaban rebeldes o alzados y que formaban gavillas que asolaban principalmente los caminos en esos tiempos muy solos y peligrosos a las orillas de la ciudad, rumbo a México y a Guanajuato.
Los grupos de bandoleros a caballo, se desplazaban fácilmente y se confundían con la población, pero se tornaban cuando menos se esperaba, en sanguinarios salteadores de caminos, que cometían sus fechorías en las inmediaciones de la ciudad, en ese entonces solo formada por muy pocas manzanas de casas y dentro de un espacio comprendido entre el río Querétaro, la hoy calzada Zaragoza, el Templo de la Cruz y la calle de Ezequiel Montes conocida como la Calzada de Belén, y salvo algunos pequeños barrios como el de la otra banda y San Gregorio, a los que se consideraba como pequeños poblados cercanos, pero fuera de esto todo lo demás eran baldíos.
Dos puntos les resultaban muy atractivos a los salteadores de caminos y estos sitios eran las cercanías de las garitas a México y a Celaya, otros de menor importancia se encontraban en San Pablo y el camino a La Cañada, por donde pasaba un camino secundario del camino Real a México. En algunas garitas existían tropas, pero esto no era de forma permanente, porque los soldados tenían que estar acudiendo para apaciguar levantamientos, como en Peñamiller o en la propia Sierra Gorda para enfrentar a los poderosos caciques de la región.
Como preludio a
la gesta de Independencia, las inconformidades contra el gobierno se empezaron a presentar y consistían en robar haciendas o los embarques de oro y plata procedentes de Guanajuato y Zacatecas. También el despojar a los viajeros de sus pertenencias, los que en ocasiones se trasladaban con todo su capital, y ante una gavilla de varias decenas de hombres, no podían ofrecer ninguna resistencia.
En estos años, asolado traían al gobierno las múltiples bandas de asaltantes, que por la rapidez de su actuar, resultaba que cuando los soldados acudían, ya los ladrones estaban gastando las monedas robadas, y sin que nadie los pudiese identificar al confundirse fácilmente entre la gente de la población, asumiéndose como simples campesinos, los que pasaban inadvertidos.
Una de estas bandas de ladrones actuaba por la garita a Celaya y se rumoraba que estaba formada por gente de un poblado conocido como San Antonio de la Punta, y con algunos más de un poblado vecino de nombre Santa María Magdalena, por el rumbo de San Juanico, al poniente de la ciudad. Esta gavilla asolaba las orillas de la ciudad, para asaltar los transportes que se dirigían por los caminos a la Ciudad de México.
Entre los poblados mencionados pasaba el camino real a Guanajuato, a las orillas del río Querétaro, camino sombreado por grandes mezquites y frondosos pirules. Este camino era por aquí bastante ancho y plano, por lo que resultaba ideal para huir a caballo y ocultarse entre los sembradíos a orillas de los bordos que ahí existían. Igualmente de gran peligro resultaba el rumbo de La Cañada por los múltiples sitios para ocultarse.
Conociendo muy bien
ese terreno por lo cercano a estos pueblos, durante mucho tiempo la gavilla despojó de sus cosas a los viajeros y obtuvo importantes cargamentos de oro y plata, tanto así que al jefe de los ladrones le permitió hacerse de una regular fortuna, la que causó la envidia de algunos de sus hombres los que para vengarse de él y robarlo, le pusieron una celada conjuntamente con algunos militares y lo mataron.
Su mujer dolida por lo acontecido, con algunos familiares y hombres leales que le quedaban, buscó vengar a su marido castigando con la muerte a quienes lo habían matado y fue esta mujer la que por sus orígenes, se presume se trataba de una indígena del rumbo, que sabía montar a caballo “al pelo” manejar muy bien las armas y la que siguiendo los pasos de su difunto marido, continuó al frente de la banda de ladrones asaltando por el mismo rumbo de la garita de Celaya, corriendo su fama y a la vez alentando una leyenda.
Se contaba que muchos de los asaltos los realizaba por las noches y casi siempre se comportaba con mucha dureza con los que llegaban a este lugar, generalmente para pernoctar en Querétaro y su sistema resultaba muy ingenioso, una vez que les marcaba el alto a las carrozas al ponerse en frente de ellos acompañada de algunos de sus hombres, con voz amenazante que por su tono parecía masculina les advertía, que le entregaran todo porque estaban rodeados por su banda y señalaba por ambos lados del camino, en donde previamente había colocado estratégicamente distribuidos muchos, olotes prendidos, los que aparentaban que se trataba de los cigarrillos de sus hombres fumando.
La estratagema de los olotes prendidos
y otras muchas que esta astuta mujer ponía en práctica, así como su comportamiento sanguinario, le dieron una terrible fama en la ciudad de Querétaro, lugar en donde nunca se conoció su nombre, pero al platicar sobre de ella, la gente temerosa expresaba ante cualquier comentario sobre ella ¡caramba! Toparme con ella ¡carambas! ¡Sería muy feo! Ni pensarlo, y ante la ausencia de su nombre y el sobresalto que ésta ocasionaba, degeneró como un calificativo, como la caramba o” La Carambada”
Orgullosa de sus acciones como bandolera, se ufanaba de que “a pesar de ser mujer” tenía asolada la ciudad de Querétaro, y los relatos de aquella época agregan un dato, entre ofensivo y picaresco el que consistía, en que una vez en que había despojado de sus valores a las temerosas víctimas, con sorna les decía ¡miren quién les robó! Y levantándose las enaguas les mostraba su feminidad de manera ostentosa, ¡los había robado una mujer!
En sus correrías esta mujer, se escondía en La Cañada en donde se le conocía muy bien y hasta una casa tenía en la Calle Real, a donde llegaba después de ocultar lo robado en las cuevas de los cerros cercanos. Ella ya sin nada que la pudiese comprometer, se daba el lujo de pasar como cualquier otra que viviera en el pueblo, y por más que algunos maliciosos trataron de saber en donde eran los escondites de sus robos, nunca lo supieron, aunque muchos sospecharon de varios lugares nunca se supo que alguien encontrara los tesoros de la Carambada.
Esta leyenda se platicaba
y resultaba de las más conocidas, por las tropelías de la desconocida mujer de la que solo quedaba su apodo “la Carambada” y fue en los años de 1940 cuando de vacaciones en esta ciudad, supuestamente un escritor escuchó el relato en pláticas familiares. En ese tiempo cuando pocas diversiones existían aquí. Sólo la radio, la que desde la capital del país transmitía música y radionovelas y muy lejos de la llegada de la televisión, además de una población muy receptiva, terreno propicio para alentar la leyenda.
Con hábil pluma, este personaje realiza un relato de una supuesta plática entre una mujer agonizante y un sacerdote, el que tiempo después rompe el secreto de confesión al relatar, lo que supuestamente una moribunda herida a balazos mortales por necesidad y sufridos varias horas antes, le confiesa su nombre, “Oliveria del Pozo”y lo entera de sus amoríos, de sus correrías como bandida, sus incursiones con la nobleza al ser dama de compañía de Carlota, la que nunca estuvo en Querétaro cuando esto se dio, además de sus elaboradas venganzas con el Presidente Benito Juárez al suministrarle la famosa hierba de nombre “veintiunilla”, denominada así por los días exactos: veintiuno, para que el que la toma muera.
Con datos reales, pero parciales, se crea una buena novela al utilizar la muerte del Gobernador Benito Santos Zenea, el 15 de Septiembre de 1875, mismo día de su informe, el que daría en el Teatro Iturbide, falleciendo a causa de un infarto cardiaco, relatando el autor un supuesto encuentro previo con una dama “francesa” la que resultaría ser la Carambada disfrazada para asesinar al Gobernador.
La supuesta cercanía de “La Carambada” con la Emperatriz Carlota la que ya no acudió a Querétaro, resulta cuestionable de primera intención y todo lo demás con respecto a Benito Juárez y con el Gobernador Zenea, pero es el resultado de la novelización de una leyenda, la que es indudablemente fue enriquecida por la pluma de su autor. Quedando de esta manera dos diferentes versiones; la original contada de forma muy simple por nuestros antepasados y la moderna con el agregado romántico y novelesco de la vida de una mujer proscrita, la que se desempeñaba como salteadora de caminos “La Carambada”.
Las apariciones de una mujer cabalgando por los polvorientos caminos de San Antonio de la Punta y Santa María Magdalena, en el amplio terreno que sirvió de primitivo “campo de aviación” hoy instalaciones de la zona militar y donde se dice, que con frecuencia se veía un brioso caballo con una mujer con sombrero de hombre, corriendo a todo galope, pero sin levantar polvareda. Era el alma en pena de “La Carambada”.