Por: Jaime Zuñiga Burgos / Luis Montes de Oca
Fuente: Noticias 45
29 de Julio de 2018
María Laura murió como vivió sus últimos años, sola. Hace meses nos enteramos de su fallecimiento, de la participación de las autoridades ante las circunstancias que rodearon su deceso, las huellas de sangre, como si se hubiera arrastrado queriendo salvar la vida en el túnel de su hermosa y lúgubre casona en 15 de Mayo y Próspero C. Vega.
Esta es parte de la historia
En la calle Nueva, de la que el escritor Guillermo Prieto en su obra titulada “Viajes de orden suprema”, dejara escrito: “que de ahí partía un acueducto más importante que el que se conocía, el que después de un largo trayecto, llegaba a la calle de los Higos” – hoy calles de Ocampo y Zaragoza -.
En esa calle Nueva, ya por entonces, lo más notable era una construcción edificada por el bachiller Francisco de Lepe, el mismo que construyó todas las casas que con iguales y singulares características están en la parte oriente, frente a esa casona, hasta colindar con la parroquia de Santiago, construida por el arquitecto del Prado por la misma época, así como los colegios jesuitas anexos.
La calle Nueva, quedó en el colectivo legitimador de la disposición de la traza urbana que así la bautizó.
A esta calle Nueva se refieren historiadores como Valentín Frías, en su obra de “Las calles de Querétaro”, en donde legó la existencia de una gran casona, que como todas las de importancia en la ciudad, había sido obra de clérigos pudientes y, que ésta se debía al bachiller Lepe, quien, como ya señalamos, la edificó cuando el predio estaba en las orillas de la ciudad, por lo que su construcción tenía las características de un fortín: almenas y troneras, las que sólo podían tener las casas a las que se les otorgaba “la merced real”, lo que en los años 1700 se justificaba, por las frecuentes incursiones de gavillas, que asaltaban las fincas de las orillas de la Muy Noble y Leal Cuidad de Santiago de Querétaro.
Sólidos muros, altas tapias que brindaban seguridad cuando a un no existían otras fincas en los alrededores, cuando se tenía que ver a quien se le podía abrir la puerta sin problema y así poder también con seguridad, introducir los carruajes a las caballerizas.
Su antiguo número en placa de mármol
La construcción en sí, resulta impresionante. Situada en las calles que forman la esquina de Próspero C. Vega y 15 de Mayo, esta gran construcción marcada con el antiguo número 10 inscrito en una placa de mármol, que se encuentra en la parte superior del gran portón.
El acceso principal es por un alto corredor con su techo decorado ladrillo por ladrillo, el que da al patio principal, y del lado izquierdo y enfrente, la escalera que conduce a la segunda planta.
Sus corredores están rematados por bellos arcos mixtilíneos, con el estilo característico que le diera tanta fama al alarife “Cornelio”.
El rescate y la restauración
Fue el Dr. Paulín el que rescató del abandono y el que reproduce, -mediante algunos aparatos de tortura adquiridos- la ambientación de algunos castillos europeos, y a través de sus invitados, a los que les hizo algunos recorridos, se inicia parte de la magia y de la leyenda de la casa, como “La Misteriosa Casa del Inquisidor”.
Tesonero fue el esfuerzo del Dr. Paulín, para rescatarla del abandono y la improvisación, retirando las bardas interiores agregadas y múltiples parches sin sentido, que la agredían seriamente.
¡Años! Y ¡Más años! Los albañiles convivieron con la familia Paulín, para avanzar en su rescate, lo que resultaba casi imposible, por la magnitud de la casa y también por el paso de los años.
Poco a poco, la casona recuperó parte de su grandeza, resultando demasiado amplia para una familia, y siendo muy complicado su mantenimiento, se deciden ponerla a la venta, ¡pero dejando tras de sí una serie de hechos y leyendas! que con el tiempo cobrarían mucho vigor y credibilidad, por ser el escenario ideal para misterios y consejas.
Por los “instrumentos de tortura” que el Dr. Paulín consiguió para ambientarla, se fue corriendo la voz, de que el lugar había sido la sede del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Querétaro, lo que la historia desmiente, porque aunque existieron representantes del Santo Oficio en la Ciudad, como lo fueron Juan Caballero y Ocio, Isidro Félix Espinoza, que fue censor del mismo tribunal, y varios más, a los que se hicieron acreedores a ser juzgados por brujería, como el caso de la Bruja Juana, o a los herejes, los sancionaban en la capital del virreinato.
Fue muy conocido el hallazgo de dos esqueletos abrazados, que según la leyenda, habían sido enterrados vivos -emparedados- lo que fue parte propagandística de los misterios atribuidos a la finca.
Lo veraz, porque aún existe, fue el hallazgo de un túnel junto a la escalera, con pasadizos subterráneos y dos cuartos secretos.
La venta de la casa que había sido adquirida en 240 mil pesos en abonos —según refiere Mariano Amaya, por esos años secretario particular del obispo— fue comprada por el Sr. Alcocer, originario de Guanajuato, quien la adquiría en 10 millones para obsequiársela a su hija María Laura como regalo de bodas, según ella nos comentó.
María Laura de Alcocer se desempeñaba profesionalmente en importante cargo en el gobierno del D.F., y viajaba mucho por el mundo, ya que su esposo —un muy conocido y prestigiado arquitecto— realizaba estudios y trabajos en el Valle de los Reyes en Egipto.
Pasaron varios años para que María Laura, por diferentes motivos, decidiese radicar en Querétaro y vivir en su inmensa casona, en la que gran parte de su decoración, eran recuerdos de sus viajes.
Como mujer culta, su bien surtida biblioteca contaba con libros únicos en varios idiomas, algunos, verdaderas joyas por su valor histórico.
Piezas de gran valor por su rareza, como la espada porfiriana, las dos cámaras que como pequeños y rústicos cañones muy antiguos, adornaban su escritorio ¡Y tantas cosas más! Que sin caer en el exceso y muy bien acomodadas, eran parte de su vida, de sus recuerdos y además su única compañía.
Un silente y cerrado espacio
En los años que vivió en esta inmensa construcción, sólo en una ocasión se vio gente extraña en su domicilio, fue durante el tiempo en que los hermanos Espinoza Cházaro, tuvieron servicio de restaurante, una surtida cava de vinos en el sótano y la venta de puros y tabaco.
Ese día, María Laura se confundió entre los invitados, de los que la distinguían sus ojos claros que conservaban su belleza juvenil y sus llamativas joyas de esmeraldas y brillantes. Fue algo histórico y fue la única oportunidad que dio para visitar su casa a gente extraña.
María Laura no tuvo hijos, sin embargo se refería a dos sobrinos como si lo fuesen, y siempre procuraba, que aunque ella ya no tenía vehículo, el frente de su casa estuviese desocupado “por si llegaban sus sobrinos a visitarla”.
Salvo sus muy contadas amigas y su jardinero nadie entraba a esa casa, ¡nadie que ella no quisiera!, y como ella no quería, pues nadie entraba.
Cuando decidió vender la casa imponía una condición “que se dedicase para un museo o algo relacionado con la cultura”, (ella era especialista en construcciones y bienes antiguos y patrimonio de la nación).
Varios profesionales de bienes raíces, se esforzaron por promocionarla, pero siempre surgía algo que no resultaba de su agrado y la venta no se concretaba. Fácilmente cambiaba de opinión y se arrepentía.
Por la amistad con María Laura y después de insistirle por algunos días, “nos permitió la entrada a su castillo” para grabar tres programas de “Rescatando lo Nuestro”, en los cuáles ella participó, y son estos programas los que permitieron, que después de varias décadas, se conociera el interior de la misteriosa casa la que ha sido con los años conocida, como “La Casa del Inquisidor”, lo que sería más adecuado, porque al ser residencia de clérigos, alguno de ellos pudo ser el representante del tribunal del Santo Oficio.
Queda descartado el benefactor Juan Caballero y Ocio, que siendo representante de dicho tribunal, su habitación era en otro rumbo, donde se comprendía desde el Teatro de la República hasta la esquina del Banco de México.
Un triste final y el inicio del misterio
Hace algunos meses nos enteramos del fallecimiento de María Laura. Conocimos de la intervención de las autoridades por las circunstancias misteriosas que rodearon su muerte.
La casa tiene una escalera oculta que conduce a un lugar seguro. Las huellas de sangre llegaban hasta la entrada a ese lugar, como si quisiera ponerse a salvo.
Ya le habían robado algunas joyas “pero no las buenas, las que tenía en lugar muy seguro” —según me comentó.
Con respeto para Laurita de Alcocer, la que con humor decía “Que no tenía familiares en Querétaro, que ella era de los Alcocer decentes de Guanajuato, descendiente del Conde de Valenciana”, como un comentario adicional diremos, que resulta sumamente valioso el material gráfico de mi compañero del programa “Rescatando lo Nuestro” el periodista, poeta y escritor Luis Montes de Oca, que con mucho profesionalismo, captó varios e impresionantes aspectos de la casona, y también nos dejó la imagen de su propietaria, María Laura de Alcocer, la que escogió vivir y también morir sola.