¿Quién fue el Padre Lecuona?, señor, y qué lo paso o le hicieron en esta calle eso hizo que se le diera su nombre, lo hago de su saber. El Padre sobre quien ahora estoy comentándole, a quién le pasó esta cosa extraña en esta calle, se llamaba Lanza; pero él que llamado por todo el mundo Lanchitas según a nuestra costumbre de dar esos diminutos entrañables a los nombres de aquellos a quienes amamos. Merecía ser amado, este excelente Padre Lanchitas: porque él mismo amaba a todos libremente, dio a todos en enfermedad o en molesta su amorosa ayuda. Confesarle era un placer; y su absolución valió teniendo, porque se dio siempre con el aprobación del buen Dios Mi propio abuelo lo conocía bien, Señor, habiendo conocido un hombre que lo había visto cuando era un niño. Por lo tanto, esta extraña historia sobre él es cierta.
En una noche
y fue una noche desalentadora, porque la lluvia estaba cayendo y había un escalofrío en el viento, el Padre Lanchitas se apresuraba a la casa de un amigo, donde cada semana él y
otros tres caballeros de un viernes por la noche jugaron Malilla juntos. Es un juego muy serio, Señor, y jugarlo bien requiere una gran mente. Llegaba tarde, y por eso se apresuraba.
Cuando estuvo casi llegando a la casa de él amigo y contento de llegar allí debido a la lluvia y el frío fue detenido por una anciana mujer sacudiendo su manto mojado y hablándole. La anciana le suplicó por la misericordia de Dios que la acompañé rápido y confiese a un hombre moribundo. Esta es una llamada, señor, que un el sacerdote no puede rechazar; pero unirse a la anciana sería un inconveniente para sus amigos, quien no pueden jugar Malilla sin él, le preguntó a la mujer por qué no acudió con párroco de la parroquia en la que el moribundo asistía. Y la mujer respondió que solo con él moribundo se confesaría; ella le suplicó nuevamente por la misericordia de Dios que la acompañe apresuradamente, o la confesión no se realizaría a tiempo y luego el pecado de su negativa sería pesado en su propia alma cuando él mismo muera.
Entonces, el Padre fue con ella, caminando detrás de ella a lo largo de las calles frías y oscuras en el barro con la lluvia cayendo; y al final ella lo trajo al extremo oriental de esta calle que hoy se llama el Callejón del Padre Lecuona, y a una larga y vieja casa que mira hacia la iglesia de El Carmen y tiene una joroba en el medio en la parte superior de su pared frontal. Era una casa muy vieja, señor. Fue construida en el tiempo en que tuvimos virreyes, en lugar del presidente Porfirio; y no tiene solo ventanas, cuenta con una gran puerta para la entrada de carruajes en un extremo y una pequeña puerta en medio, y otra pequeña puerta en el otro extremo. Una persona que vende carbón, señor, vive allí ahora. Fue a la puerta del medio donde la mujer dirigio al Padre Lanchitas.
La puerta no estaba cerrada,
y con un toque la abrió y entraron juntos, lo primero que el Padre notó cuando entro a través de la puerta fue que había un olor fétido. Era el tipo de olor, señor, que se encuentra en casas muy antiguas de las cuales todas las puertas y las ventanas se han cerrado durante mucho tiempo. Pero el Padre tenía asuntos más importantes a atender que malos olores, y todo lo que hizo al respecto fue sostener su pañuelo cerca de su nariz. Una pobre vela, clavada en un tablero, se colocó en una la esquina lejana; y en otra esquina había un hombre acostado sobre un petate extendido sobre el piso de tierra; y no había nada más excepto telarañas en todas partes, el mal olor, la anciana, y el mismo Padre en la habitación.
Para poder ver a quien confiesa, el Padre Lanchitas tomó la vela en su mano y fue hacia el hombre en el catre y apartó la manta vieja, andrajosa y sucia que lo cubría; y comenzó con una sensación muy fría en el estómago, diciendo a la mujer: «¡Este hombre ya está muerto! no lo puedo confesar! Y tiene la apariencia de haber estado muerto desde hace mucho tiempo! «Y eso era cierto, señor porque lo que vio era un cuerpo seco, cabeza huesuda, con la piel amarilla estirada sobre ella, habiendo cerrado los ojos profundamente hundidos. También, las dos manos que descansaban cruzadas sobre el pecho del hombre no eran distintas ¡piel amarilla, seca, pegada al hueso! Y, ante esta vista tan extraña, el Padre estaba inquieto y alarmado.
Pero la mujer le respondió con seguridad, pero también persuasivamente: «Este hombre es va a confesar, Padrecito «y, hablando, ella trajo de su esquina más alejada el tablero con el clavo en él, y tomó la vela de la mano del padre y lo volvió a poner rápido sobre el clavo. Y entonces el hombre mismo, a la luz y en el sombra, se sentó en la alfombra y comenzó a recitar en una voz que tenía una nota oxidada en el Confiteor Deo y después de eso, por supuesto, allí el Padre no podía hacer otra cosa que escuchar a él hasta el final.
Lo que dijo, señor, que le dijeran bajo el sello de confesión, por supuesto, permaneció siempre un secreto. Pero se supo, más tarde, que él habló de asuntos que habían sucedido un doscientos años atrás, como el Padre fue un gran lector de libros de historia sabía de lo que hablaba; y que se puso en el mismísimo camino de esos asuntos y aceptando que cometió el terribles crímenes; y que terminó diciendo que en ese tiempo remoto el había sido asesinado en una pelea, y así había muerto sin ser confesado y desaparecido, y que su alma se había ampollado en el infierno.
Al escuchar esa
alocada charla, el Padre estaba muy convencido que era el ingenio de un pobre hombre vagabundo delirando con fiebre como sucede con muchos, Señor, el padre dijo es su tiempo de morir y así lo ordenó: Acuéstese en silencio y descanse; y prometió que él vendría a él y escucharía su confesión mas tarde. Pero el hombre gritó con mucha urgencia eso no debe ser: declaró eso por la misericordia de Dios, le habían dado una sola oportunidad de regresar de la Eternidad para confesar su pecados y ser perdonado por ellos; después de esto el Padre escuchó entonces allí la
confesión de sus pecados, y lo hizo arrepentirse de ellos, esta posibilidad única que la misericordia de Dios le había dado que estaría perdido y perdido y de vuelta iría para siempre a los tormentos calientes del infierno.
Por lo tanto, el Padre está seguro, por eso tiempo, que el hombre estaba bastante loco en su fiebre dejarlo hablar hasta que él le haya dicho todo historia de sus espantosos pecados; y luego lo hizo arréglarlo, calmarlo tal como lo promete la luna a un niño enfermo y inquieto. Y el el diablo debe haber estado muy intranquilo esa noche, Señor, porque la buena naturaleza de ese bondadoso sacerdote perdió con él lo que por derecho era ¡su propia!
Como el Padre Lanchitas habló las últimas palabras de la absolución, el hombre volvió a caer sobre su estera con un fuerte crujido como el de huesos secos haciendo ruido; y la mujer se había ido
el cuarto ; y la vela estaba farfullando su las últimas chispas. Por lo tanto, el Padre fue a toda prisa a través de la puerta aún abierta en la calle; y apenas había llegado allí que la puerta se cerró detrás de él bruscamente, como aunque alguien en el interior había empujado contra ella fuertemente para cerrarlo rápido. En la calle, esperaba encontrar el una anciana esperándolo; y él miró
por ella en todas partes, deseando decirle que ella debe enviarlo cuando el hombre la fiebre lo dejó para que pueda regresar y escuchar del hombre una verdadera confesión, y realmente
arreglarlo de sus pecados. Pero la anciana era bastante ido. Pensando que ella debe tener se deslizó junto a él en la oscuridad hacia la casa, llamó a la puerta ligeramente, y luego en voz alta; pero no recibió respuesta a su golpe y cuando trató de abrir la puerta, usando todo su fuerza, se mantuvo firme contra su empuje como firmemente como si hubiera sido parte de la piedra pared.
Entonces el Padre, al no tener gusto por estar de pie allí en el frío y la lluvia inútilmente, apresurado hacia adelante a la casa de su amigo y se alegró para entrar a la habitación donde estaban sus amigos esperándolo, y donde hay muchas velas estaban ardiendo, y donde estaba seco y cálido. Había caminado tan rápido que su frente estaba mojado de sudor cuando se quitó el sombrero, y para secarlo se metió la mano en el bolsillo para pañuelo; pero su pañuelo no estaba en su bolsillo y luego supo que debe lo han dejado caer en la casa donde el moribundo hombre acostado no era solo un pañuelo común, Señor, pero uno muy finamente bordado teniendo las letras para su nombre trabajó sobre eso, con una corona alrededor de ellos que había sido hecho para él por una monja de su conocido en un convento del que era el limosnero; y entonces, como a él no le gustaba en absoluto perder él, envió al sirviente de su amigo a esa vieja casa para recuperarlo de nuevo Después de un buen rato largo, el sirviente regresó: diciendo que la casa fue cerrado rápidamente, y ese de ver el reloj él llamando a la puerta había dicho él que golpear allí solo debía desgastarse sus nudillos, porque nadie había vivido en eso casa por años y años!
Todo esto, así como todo lo que se había ido antes de eso, era tan extraño y tan lleno de misterio, que el Padre Lanchitas luego le dijo a sus tres amigos alguna parte de lo que esa noche tenía le sucedió a él; y sucedió que uno de los tres eran el notario que tenía a cargo el estado del cual esa misma casa era una parte. Y el notario le dio al Padre Lanchitas su verdadero palabra para ello que la casa debido a algunos enredar las cuestiones de derecho se mantuvo bloqueado rápido y vacío durante toda la vida; y el declaró que el Padre Lanchitas debe estar mezclando esa casa con alguna otra casa que sería fácil, ya que todo lo que había sucedido tenía estado en la oscuridad lluviosa. Pero el Padre, en su lado, estaba seguro de que no se había equivocado en el asunto y ambos se calentaron un poco su charla sobre eso; y terminaron acordando para que puedan llegar a un acuerdo seguro reunirse en esa casa antigua, y el notario de trae consigo la llave, en la mañana del día siguiente.
Así que se encontraron allí, señor, y se fueron a la puerta del medio, la que había abierto en un toque de la mano de la anciana. Pero alrededor de esa puerta, como el notario le ordenó al padre
Lanchitas observan antes de abrirlo, estaban telarañas intactas; y el ojo de la cerradura estaba ahogado con el polvo que había soplado dentro, poco cerca poco, en los años transcurridos desde que tuvo sabe una clave. Y las otras dos puertas del la casa era lo mismo. Sin embargo, Padre Lanchitas no lo admitiría, incluso con eso prueba contra él, que estaba equivocado; y el notario, sonriéndole pero dispuesto a satisfacer él, recogió el polvo del ojo de la cerradura y metió la llave y forzó difícilmente la cerrojo oxidado de la cerradura y juntos fueron dentro.
Viniendo del brillante sol a ese lugar oscuro iluminado solo desde la entrada, y la puerta, pero parcialmente abierta porque era sueltos en sus viejas bisagras y se atascaron rápidamente podría ver al principio nada más que eso el la habitación estaba vacía y desnuda. Que hicieron encontrar, sin embargo y el Padre bien recordado fue el mal olor. Pero el notario dijo que esos malos olores estaban en todos los viejos callados casas, y no probó nada; mientras que las telarañas y el ojo de la cerradura cerrado demostró la mayoría ciertamente que el Padre Lanchitas no había ingresado esa casa la noche anterior y eso nadie había entrado por años y años. A lo que ‘el notario dijo que no había nada para ser contestada; y el Padre no está satisfecho, pero obligado a ceder a la prueba tan fuerte que él estaba equivocado estaba a punto de salir de la casa, y así lo han hecho. Pero solo entonces, señor, hizo una muy maravillosa y descubrimiento horrible. En ese momento sus ojos se había acostumbrado a las sombras; y entonces vio en un rincón tirado en el suelo cerca de donde el hombre había estado acostado confesión que había tenido un destello de algo blancuzco. Y, señor, era su propio pañuelo ¡que él había perdido!
Eso fue suficiente para satisfacer incluso al notario; y como no se debía hacer nada más allí salió, y con gusto, de ese lugar oscuro y malo en el sol. En cuanto al Padre Lanchitas, Señor, estaba aturdido y atemorizado al saber entonces la terrible verdad que él tenía confesó a un hombre muerto; y, lo que es peor, eso él había dado la absolución a un alma pecaminosa ¡caliente para él desde el infierno! Él sostuvo su sombrero en su de la mano cuando salió de la casa y nunca se lo volvió a poner: con la cabeza descubierta ¡fue de allí en adelante hasta el final de sus días!
Era un hombre muy bueno, y su vida había sido siempre una vida muy santa; pero a partir de ese momento, hasta la muerte de él, lo hizo aún más santo por sus oraciones y sus ayunos y sus interminables ayuda de los más pobres de los pobres. Al final él murió. Y se dice, Señor, que en el paredes de esa vieja casa encontraron hombres muertos huesos.