
Mis queridas almas lectoras, en esta ocasión, les traigo un relato que huele a polvo lagunero, a viento cargado de terregal y a misterio gestado en las sombras de la Plaza de Armas de Torreón. Prepárense, pues esta noche les hablaré del lector más extraño que esa banca de hierro forjado haya conocido jamás.
Plaza de armas..
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman, que hace algunos años, cuando la Plaza de Armas dormía bajo un cielo quieto, había un hombre elegante que tomaba asiento justo detrás del kiosco, en la parte más oscura. Un señor siempre bien vestido, perfumado, y tan pulcro que hasta el viento se apartaba de respeto.
Cada noche, sin fallar, abría una revista y se perdía en sus páginas. Ni el frío, ni el calor, ni el aire reseco lo hacían retirarse antes de lo acostumbrado.
Era un lector silencioso, puntual, inquietantemente correcto.
El lector de sombras
Los muchachos que atravesaban la plaza de madrugada decían que aquel hombre los llamaba con cortesía, preguntándoles la hora o comentando cualquier cosa sin importancia. Después, casi sin que se dieran cuenta, ya les estaba mostrando su revista.
—Mire joven… lea esto…
Los chamacos quedaban clavados, petrificados en aquellas páginas que, según ellos, contenían dibujos de demonios, figuras retorcidas o cosas difíciles de describir sin sentir escalofrío.
Y luego, como si se tratara de un truco de magia, tanto el hombre como el jovencito… desaparecían.
Pero no tardaba en regresar el muchacho, confundido, callado, como recién despertado de un sueño raro. El señor, en cambio, jamás era visto alejándose por ningún camino.
Solo estaba. Y de pronto, ya no.
El silencio de su ausencia
Un día dejó de aparecer. No hubo despedidas, ni explicaciones. Los baleros, los choferes de sitio, el puesto de periódicos, los de las aguas frescas y las personas que se sentaban en la banca a refrescarse notaron lo mismo:
El lector nocturno ya no regresó.
Pasaron días. Semanas. Y la plaza siguió tan tranquila como siempre… hasta que llegó la noticia.
El hallazgo en la Cuesta de La Fortuna
Tres meses después, el cuerpo del misterioso señor fue encontrado desbarrancado en la Cuesta de La Fortuna. Sin cabeza. Semidevorado por animales carroñeros. Y con signos de haber sido quemado con brasas o carbones encendidos.
El escándalo fue grande, pero las explicaciones… ninguna.
Nadie supo dónde quedó su cabeza.
Nadie supo quién le hizo aquello.
Nadie supo qué relación guardaban las revistas ni los muchachos que lo veían.
Su apodo —La Madre Naturaleza— quedó perdido entre murmullos de cantina.
Cuando el viento levanta el terregal…
Desde entonces, cuando el viento sopla y el polvo se arremolina bajo los faroles, los pájaros huyen despavoridos, despertados por algo invisible.
Y quienes han tenido la fortuna —o la mala suerte— de pasar por ahí ya entrada la noche, juran ver en la banca al hombre sin cabeza… sentado como antes, revista en mano, esperando quién sabe a quién, quién sabe para qué.
Dicen que el cráneo descansa bajo esa misma banca, enterrado entre raíces y tierra seca.
Y que él vuelve a leer… porque fue lo último que amó en vida.
Ay, mis almas curiosas, uno creería que un lector tan aplicado no tendría por qué volver después de muerto. Pero la vida —y la muerte— guardan fidelidades extrañas. No sé qué diablos contenían aquellas revistas, pero a este viejo descarnado le consta que algunas páginas llaman, otras seducen… y unas pocas atrapan.
Si alguna noche siente usted que algo lo observa desde una banca vacía, recuerde: no todas las sombras callan… algunas leen.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Dr. Manuel Terán Lira
Leyendas Laguneras II (2000).