
Mis queridas almas lectoras, el aire de Durango, tan claro por las mañanas, guarda al caer la noche un suspiro agrio, como si las sombras recordaran algo que los hombres prefieren olvidar. Entre murmullos y veladoras encendidas, aún se habla de aquella mujer que despreció a la muerte y al mismo cielo, burlándose de todos los que intentaron acabar con ella.
Dicen los cronistas antiguos que su nombre se perdió entre el miedo y los rezos, pero su risa… esa jamás dejó de escucharse.
Allá por el año de 1600…
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en los alrededores de La Ciénega, vivía una mujer de aspecto tan hermoso como inquietante. Sus cabellos eran oscuros como la obsidiana, y su andar, elegante como el de una dama de alcurnia. Pero en su mirada ardía un fuego sombrío, un resentimiento que helaba el alma a quien osara sostenerle la vista.
Cansada de las burlas y las dudas sobre sus dones, aquella mujer decidió probar que los poderes que decía poseer eran verdaderos. Comenzó a convencer a los hombres viejos, influyentes y ambiciosos, prometiéndoles victoria sobre sus enemigos. Y cuando ganó su confianza, se hizo dueña de la voluntad de muchos.
Bajo su mando se cometieron fechorías que aún se murmuran entre los ancianos: familias arruinadas, mujeres maldecidas, hombres desaparecidos. Nadie osaba contradecirla, porque se decía que hablaba con el demonio mismo, y que éste era su guardián.
El poder de una bruja
Durante años, la bruja gozó de su fama y del temor que inspiraba. Los habitantes del lugar obedecían cada una de sus órdenes, temblando al escuchar su voz. Pero un día, uno de sus propios seguidores —movido por el remordimiento— la delató ante las autoridades.
Fue apresada y condenada a muerte. Y, sin embargo, nadie sabía cómo matarla. La bruja, entre carcajadas, les advirtió:
“¡Nada ni nadie puede hacerme daño! Mi fuerza viene de Satán mismo.”
Intentaron envenenarla. Nada ocurrió.
Le obligaron a tragar vidrio molido. Tampoco surtió efecto.
Ella, riendo, se burlaba de todos:
“¿No les dije que soy más poderosa? ¡Satán me protege, ja, ja, ja!”
Desesperados, las autoridades acudieron a un sacerdote. Decidieron ahorcarla y quemarla al mismo tiempo. Fue entonces cuando su risa se apagó, consumida entre fuego y humo. Las cenizas fueron rociadas con agua bendita… y, por fin, el silencio volvió a La Ciénega.
La maldición y la risa en la noche
Dicen que antes de morir, la bruja lanzó una maldición contra todos los presentes: que ninguno hallara paz ni en vida ni en muerte.
Y así fue. Años después, varios testigos aseguraron verla volar sobre los tejados, soltando carcajadas horrendas y maldiciones al viento. Algunos juraban haberla visto posarse en las cornisas de antiguas casonas, en los balcones de la catedral, o sobre los árboles del Paseo de las Alamedas.
Con el paso del tiempo, la historia se fue desdibujando… o quizá los duranguenses se acostumbraron a verla.
Todavía hoy, quienes caminan de noche por la Plaza Baca Ortiz o el Bulevar Dolores del Río —antiguo arroyo de San Vicente— aseguran escuchar risas femeninas que bajan desde las alturas.
Los más prudentes se santiguan, rezan un padrenuestro y toman otra calle.
Y allí, junto al viejo ahuehuete de La Ciénega, dicen que aún se siente una brisa helada… como si la sombra de aquella mujer siguiera colgada, esperando otra oportunidad.
—Las brujas, mis muchachos, no siempre vuelan en escobas… algunas vuelan con el poder de su odio. Esa de Durango fue una de las que no conocieron descanso.
Dicen que el viento que sopla entre los árboles del paseo no es aire… son sus risas que siguen buscando quien las escuche.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra Manuel Lozoya Cigarroa
Publicada en el portal Durango.com.mx