
En el corazón de Tabasco, entre las aguas del Grijalva y la bruma de sus noches, aún se murmura el recuerdo de un hombre que quiso ser amo y señor de todo… y terminó convertido en un espectro de horror. Su nombre era Francisco de Sentmanat, un aventurero cubano cuya vida de intrigas y guerras desembocó en una de las leyendas más sombrías del sur de México.
Dicen que lo que comenzó como historia militar terminó en conseja de espantos, con una cabeza decapitada, frita en aceite y convertida en terror de quienes osaban cruzar la plaza de Villahermosa en la oscuridad.
El hombre que quiso ser dueño de Tabasco
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que Francisco de Sentmanat llegó a Tabasco en 1840, enredado en las guerras federalistas. Con audacia y violencia se ganó un lugar en la política local, hasta declararse prácticamente dueño del Estado. Gobernadores y militares respetables lo enfrentaban, pero muchos acabaron cediendo a su voluntad, pues Sentmanat mandaba con tropas y pólvora.
No tardó en ser reconocido como coronel y gobernador, aunque su ambición nunca tuvo descanso. Enemigos y aliados por igual sabían que aquel hombre traía la guerra consigo.
Su caída y ejecución
En 1844, tras nuevas expediciones, Sentmanat fue finalmente derrotado en un paraje tabasqueño llamado arroyo Ahogagatos. El fugitivo fue apresado pocos días después y llevado a Jalpa. Allí, el 14 de junio, fue ejecutado sumariamente frente a la parroquia, por orden del general Pedro de Ampudia.
Dicen quienes lo vieron morir que ni en sus últimos instantes mostró miedo: cayó con la misma entereza con la que había vivido, desafiando hasta el final.
La cabeza frita en aceite
Pero lo más espeluznante vino después. El cadáver fue llevado a San Juan Bautista (hoy Villahermosa), y por orden de Ampudia —o quizás de sus hombres sin más—, la cabeza del caudillo fue separada del cuerpo y sumergida en aceite hirviente.
Algunos aseguran que fue accidente; otros, que fue castigo deliberado. Lo cierto es que aquel despojo macabro terminó expuesto en una jaula, en una esquina de la antigua casa de Gobierno, en la plaza de armas. Durante mucho tiempo fue espectáculo de horror, recordatorio sangriento de lo que le ocurría a los que desafiaban al poder.
De cabeza maldita a alma en pena
Con el paso de las semanas, el rumor se volvió conseja: al caer la noche, entre los muros ruinosos, revoloteaban búhos y lechuzas, posándose sobre la cabeza de Sentmanat. Los vecinos juraban que no eran aves comunes, sino el propio espíritu del ajusticiado, convertido en lechuza, lanzando lamentos desgarradores que erizaban la piel de los desvelados.
La fama de la “cabeza maldita” fue tanta que durante años nadie quiso cruzar por aquel sitio, prefiriendo dar largos rodeos antes que enfrentar los gemidos de ultratumba.
Mis queridas almas lectoras, no olviden esto: los hombres de ambición desmedida dejan tras de sí rastros de sangre y miedo. Sentmanat quiso ser amo y terminó siendo espanto. Su cabeza, expuesta y deformada, fue más recordada que sus victorias.
Porque al final, hijos de la memoria, lo que uno deja no son títulos ni armas, sino las sombras de sus actos.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndola a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente pues es así como el relato llego a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que por ser leyenda puede o no tener una base real y tener una increíble dosis de libertad literaria ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima garbancer@s
Basado en la obra del Lic. Justo Cecilio Santa-Anna
Tradiciones y Leyendas Tabasqueñas (1926).
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