
Mis queridas almas lectoras, en los rincones antiguos de México hay fortalezas que guardan secretos más oscuros que sus muros ennegrecidos. Una de ellas es el castillo de San Miguel, en Campeche, hoy museo, pero antaño ruina donde reptiles, murciélagos y sombras eran los únicos habitantes. No obstante, hubo un tiempo en que esas piedras fueron testigo de un intento temerario: un grupo de hombres maduros, ocultos al ojo público, buscó en ese sitio entrar en contacto con el mismísimo Amo del Averno.
Lo que ocurrió en aquellas noches quedó grabado como advertencia: hay puertas que no deben abrirse, porque nunca se sabe quién o qué puede cruzarlas.
La hermandad secreta
En la penumbra previa al amanecer, se divisó a un grupo de hombres ascendiendo el cerro de San Miguel. Portaban una lámpara de viento y un aire de conspiración. No eran simples viajeros: eran hechiceros, miembros de una hermandad que practicaba la magia negra.
Durante años se habían reunido en secreto cada viernes, buscando fórmulas que les permitieran hablar con el Señor de las Tinieblas. Esa madrugada creían tener la clave.
El círculo del aljibe
Ya en el fondo del aljibe abandonado, limpiaron el sitio con celo y trazaron un círculo sobre la tierra reseca. Colocaron en el centro una roca gris, símbolo y ancla de su ritual. Sentados en rueda, entonaron cánticos fúnebres que se perdían en la quietud del amanecer. El líder invocó con voz ardiente al monarca del Sheol, rogando verle “cara a cara”.
Los brujos aguardaron horas, mirando con ojos llorosos la piedra gris. Pero Lucifer no apareció.
Segundo intento al crepúsculo
Más tarde lo intentaron de nuevo, al caer la tarde. Sus voces se alzaron entre humo, murmullos y el aleteo molesto de murciélagos. Pero, una vez más, la roca permaneció muda y el aljibe vacío.
Medianoche en el castillo
El gran maestro aseguró entonces que el error estaba en la hora. La clave era invocar a medianoche.
Así lo hicieron: fuego, sustancias ardiendo, humo espeso que quemaba la garganta. En medio del trance, el maestro advirtió con solemnidad: “¡Escuchen! ¡El amo se acerca!”.
Y en efecto, un ruido comenzó a arrastrarse desde un rincón. Los brujos, postrados en tierra, esperaban el momento de ver a su señor.
La aparición inesperada
Uno de ellos, vencido por la impaciencia, levantó la cabeza. Lo que vio no fue a Lucifer, sino a una enorme serpiente que avanzaba desde un agujero.
“¡Una culebra!”, gritó con terror.
En un segundo, el círculo de devotos se rompió en estampida. Corrieron sin mirar atrás, creyéndose perseguidos por el mismo diablo.
El verdadero habitante del aljibe
La realidad fue menos grandiosa y más cruel para sus egos: la serpiente, anciana como el castillo mismo, solo buscaba escapar del humo venenoso con que habían saturado su guarida. Aquella confusión bastó para disolver la hermandad. Nunca más se usó el aljibe de San Miguel como altar de invocaciones.
Dicen que los brujos buscaron abrir un portal, pero se toparon con la burla de la naturaleza. Y yo pienso, mis queridas almas lectoras, que la soberbia fue su mayor castigo: querer dominar fuerzas que no entienden siempre acaba mal. El diablo, si existe, no se deja llamar por cualquiera. Pero el miedo… ese sí que llega puntual.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en la obra de Guillermo Gonzalez Galera
Campeche a través de sus Leyendas, 1984