
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que, en la oscuridad más honda de la noche, cuando hasta los perros guardaban silencio, aparecían unos fantasmas extraños, criaturas que no tenían pies ni cabeza. Eran conocidos como los Tlacanexquimilli, presencias que rodaban por el suelo, lanzando gemidos como de enfermo… un sonido capaz de helar la sangre.
Se decía que estos espectros eran ilusiones enviadas por Tezcatlipoca, el dios del espejo humeante, y que su aparición podía cambiar el destino de quien los encontraba.
La aparición
Los Tlacanexquimilli aparecían en las noches más oscuras, cuando la luna se escondía detrás de nubes densas y el viento susurraba entre los callejones de piedra. Rodaban por el suelo, sin pies ni cabeza, y emitían gemidos lastimeros que hacían temblar a los perros y estremecían a los vecinos. Cada aparición era un mensaje: aviso, prueba o recompensa, según el valor de quien los viera.
Efecto sobre los cobardes
Los que carecían de valor —niños, mujeres solas, hombres tímidos— se llenaban de un terror absoluto al verlos. Corriendo o paralizados por el miedo, sufrían enfermedades repentinas, accidentes o incluso la muerte. El miedo les consumía, y la vida parecía escapar de sus cuerpos poco a poco, como si los Tlacanexquimilli se alimentaran de su terror.
Los valientes y la búsqueda
Los soldados veteranos y los hombres valientes, en cambio, no huían. Recorrían callejones y caminos buscando al espectro, sabiendo que enfrentarlo podía ser también una oportunidad.
Cuando finalmente se encontraban, lo sujetaban y lo interrogaban:
“¿Quién eres tú? Háblame, mira que no dejes de hablar que ya te tengo asida, y no te tengo de dejar”.
La lucha entre el soldado y la fantasma podía durar horas, hasta que cerca del amanecer, la criatura cedía y estaba dispuesta a escuchar.
La prueba de las espinas
La fantasma ofrecía espinas de maguey, primero una, luego dos, tres o más, hasta que el soldado estaba satisfecho. Cada espina simbolizaba su paciencia, coraje y determinación. Después de entregar todas las espinas, la criatura prometía fortuna y prosperidad para aquel que había mostrado valor. Solo entonces, se desvanecía con la primera luz de la mañana.
Presagio y enseñanza
Los Tlacanexquimilli no eran vengativos; eran mensajeros del destino. Podían anunciar guerra, enfermedad o muerte, pero también premiaban la valentía y la fortaleza interior. La lección era clara: enfrentar el miedo podía traer recompensa, mientras que huir de él traía condena.
Mis queridas almas lectoras, no olviden esto: los Tlacanexquimilli no solo eran fantasmas, eran espejos del corazón humano. Para el que huía, eran condena. Para el que enfrentaba, eran fortuna. Porque el miedo, cuando no se encara, pesa más que la guerra misma.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndola a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente pues es así como el relato llego a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que por ser leyenda puede o no tener una base real y tener una increíble dosis de libertad literaria ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima garbancer@s
Basado en la obra de Fray Bernardino de Sahagún
Historia general de las cosas de Nueva España, Libro Quinto (1577).
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