Juan Antonio de Oviedo
(Bogotá 1670 – Ciudad de México 1757). Jesuita y escritor prolífico. Oviedo ejemplifica al jesuita orientado a la dirección de sus hermanos de religión. Desde otra perspectiva, por algunas anécdotas de su vida registradas por su biógrafo, se puede inferir su conocimiento y aprecio de la historia y naturaleza americanas y, en su calidad de procurador, difundió sus conocimientos sobre América y Asia en las Cortes de Madrid y Roma. Su numerosa obra escrita e impresa que ha llegado a nuestros días versa sobre asuntos teológicos, piadosos, morales e históricos.
El dejo entre sus obras el libro «Vida admirable apostólicos ministerios y heroicas virtudes del venerable José Vidal» (1752), según la leyenda el padre Vidal fue uno de los testigos del caso de la «Mujer Herrada». Hecho que Oviedo confirma, pues escucho este relato en varias ocasiones de boca del propio Padre Vidal.
El P. José Vidal Figueroa (1630-1703) y su relación con la leyenda
José Vidal gustaba también de acudir a las cárceles y hospitales para brindar ánimo y consuelo a los más necesitados. Acudía a escuchar la confesión de quién lo necesitara sin importar la hora del día ni la ubicación del sitio. Así fue como comenzó a tener participación, quizá involuntaria, en una serie de increíbles acontecimientos que con el paso del tiempo se convirtieron en leyenda.
Como la de aquel Clérigo que por 1670 vivía en la casa número 3 de la calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo, en el centro histórico de la ciudad de México, en una relación poco digna de un ministro de la iglesia con una mujer, la cual luego de un sobrenatural suceso, atribuido a la justicia divina, amaneció muerta y herrada de pies y manos, situación que fue testificada por el padre José Vidal y otros dos sacerdotes un secular y un carmelita. El episodio fue rescatado por Juan Antonio de Oviedo, en el año de 1752, en su libro dedicado a la vida del P Vidal en las paginas 40 a 42 y las cuales comparto a continuación.
En palabras de Juan Antonio de Oviedo
Daré fin á este Capitulo con uno de los mas espantosos sucesos , que se hallan en las Historias , en el cual solamente quiso Dios, que su Siervo el P. Vidal fuese testigo de los formidables rigores de su justicia. Hubo en esta Ciudad de México cierta Persona Eclesiástica , que no correspondiendo a las obligaciones de su estado, vivía en mala amistad con una mujercilla, que tenia siempre dentro de tu casa. A poca distancia vivía un Herrador Compadre de este hombre miserable, y sabidor de esta mala correspondencia, porque con la llaneza, y licencia de Compadre y Amigo entraba y salía libremente en la casa, y sabia cuanto en ella pasaba. Sucedió, que una noche estando ya recogido el Herrador, le tocaron con mucha priesa a la puerta. Salió á ver quien era, y halló dos Negros que traían una mula, y de parte del Compadre le dijeron, que le precisaba mucho salir muy de mañana en aquella mula al Santuario de Guadalupe, y así le suplicaba se la herrase. el Herrador, aun mostrando disgusto, y enfado, por ser la hora tan inoportuna, abrió la puerta, y herró la mula. Sacándola los Negros dándole tantas, y tan recias palmadas, que á voces hubo de reñirlos el Herrador por la crueldad , que usaban con la mula. Recogió otra vez, y cuidándolo del repentino viaje de su Compadre, luego que amaneció fue à su Casa, y con la llaneza, y familiaridad acostumbrada se entró hasta el aposento en donde dormida, y hallando que estaba en la cama, le dijo: estamos buenos Compadre? Que me hace levantar à media noche a herrar la mula, y se está muy de espacio en la cama. Que mula? respondió, acaso chanseamos? La que me envió usted, replicó el Herrador, a que la herrase, para ir muy de mañana á Guadalupe. Oyendo esto, se volvió a su amiga; que tenia al lado, y le dijo: oyes lo que dice nuestro Compadre? Como ella á esta pregunta dos veces repetida, no respondía, levantó la ropa , y la hallo (ó justísimos juicios de Dios ) la halló muerta, con un freno en la boca y herrada de pies y manos, y reconoció el Herrador sus herraduras, y las señales de las palmadas, que los Negros le habían dado. Y ya se deja entender, cuanto seria el asombro, el palmo, el horror de los presentes. Los cuales, para tomar consejo de lo que debían hacer en suceso tan inaudito, llamaron al Ven. P. Joseph Vidal, al Dr. y Mtro. D. Francisco Antonio Ortiz; Cura que era de la Parroquia de Santa Catharina Mártir, en cuya feligresía estaba aquella Casa, y á un Religioso Carmelita Descalzo, los cuales fueron oculares testigos de este castigo de Dios tan extraordinario. Dispusieron, que el cuerpo de aquella malaventurada mujer fuese sepultado en un hoyo, que abrieron, y encargaron el secreto á los presentes, atendiendo al crédito especialmente del Eclesiástico, el cual asombrado de castigo tan extraordinario en la que había sido cómplice de su pecado, prometió mudar de vida, y se despareció de suerte, que no se supo mas de él. El Cura, que andaba ya muy movido de Dios á entrar en nuestra Compañía, aceleró las diligencias, y abandonando las grandes esperanzas, que tenia de subir, y valer en el mundo, porque era de los Sujetos mas floridos de esta ciudad, y de la Real Universidad, entro de hecho en la Compañía, en la cual vivió muchos años hasta cumplir los ochenta y cuatro de su edad, y murió como verdadero Hijo suyo. El cual refirió varias veces este caso tan espantoso, y el P. Joseph Vidal lo dejó apuntado en el libro de sus Misiones, que escribió por mandado de los Superiores.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndola a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente pues es así como el relato llego a mis oídos y es mi forma particular de compartirla. Recuerde que por ser leyenda puede o no tener una base real y tener una increíble dosis de libertad literaria ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima garbancer@s
Basado en el libro «Vida admirable apostólicos ministerios y heroicas virtudes del venerable José Vidal»
Escrito por Juan Antonio de Oviedo