
Corría el año de 1860. París respiraba versos, tinta fresca y romanticismo. Europa soñaba con tierras lejanas, selvas, pirámides, revoluciones… y fantasmas.
En aquellos días, mientras México aún lamía heridas y levantaba ciudades, nuestros espantos ya viajaban en barco, escondidos entre poemas y revistas literarias.
Y así, mis almas lectoras, La Llorona cruzó el Atlántico.
No en boca de abuela. No en calle empedrada. Sino impresa, elegante y peligrosa, en un periódico francés llamado: La France littéraire, artistique, scientifique, fechado el 13 de octubre de 1860, impreso en París y hoy resguardado por la Bibliothèque nationale de France.
Entre poemas, ensayos y relatos, en la página 9, aparece sin titubeos:
“LA LLORONA, Légende mexicaine”
firmado por J.-B. Fiterre, brigadier de aduanas.
Un europeo. Sin tradición oral mexicana. Pero que ya conocía el nombre y el miedo.
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que no toda Llorona llora igual. Dicen que, en esta versión francesa, no hay arrepentimiento ni castigo divino. Aquí no vaga una madre rota por el remordimiento.
Aquí aparece otra cosa. Un demonio. Un vampiro. Una criatura infernal que chupa la sangre de los niños.
Leyenda traducida al español
(Se respeta íntegramente el texto compartido, sin alteraciones, por tratarse de documento histórico)
LA LLORONA
Leyenda mexicana
(Traducción fiel del poema francés de J.-B. Fiterre, 1860)
A mi hermano J.-P. Fiterre
Si en algún pueblo mexicano,
en la noche sombría,
escuchas largos suspiros en el seno de la sombra,
sigue siempre tu camino.
Deja gemir la voz que llora,
que llora y solloza así,
y regresa a tu morada,
niño, sin preocupación alguna.
Destierra bien lejos de tu alma
la piedad que Dios te dio;
la que llora es una mujer,
un negro demonio: ¡la Llorona!
Niño, si te acercaras a ella
para secar dulcemente sus lágrimas,
verías brillar sus pupilas
con mil siniestros fulgores.
Y de pronto, el infernal vampiro
te apresaría, y sin esfuerzo,
helándote con su sonrisa,
te tendería muerto a sus pies.
Al día siguiente, en el poblado,
te encontrarían todo ensangrentado,
el cabello erizado y el rostro
marcado por la huella de sus dientes.
Los habitantes, presas del terror,
cavarían para ti una fosa,
y bien lejos de la tierra santa
tu cuerpo sería depositado.
En las sombrías noches de tempestad,
la Llorona, como una serpiente,
se deslizaría bajo tu cabeza
para alimentarse de tu sangre.
Para evitar el negro abrazo
de ese demonio de ojos de fuego,
camina sin escuchar su lamento,
confiando tu alma a Dios.
Deja gemir la voz que llora,
que llora y solloza así,
y regresa a tu morada,
niño, sin preocupación alguna.
Aquí no estamos ante la madre castigada sino ante el miedo europeo disfrazado de México. Y aun así, bendito sea el documento.
Porque prueba algo fundamental: La Llorona ya existía, ya viajaba, ya asustaba. Antes de los libros modernos. Antes del cine. Antes del turismo del espanto.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Este texto es una versión creada por El Cronista Garbancero a partir de la leyenda popular, con fines culturales, históricos y de divulgación. Publicación original: La France littéraire, artistique, scientifique; 13 de octubre de 1860; París, Francia; Consulta del documento original: http://la-garbancera.com/biblioteca