En una casa de las más representativas
de la barroca arquitectura queretana, esa; la que se encuentra en la esquina de las calles de Pasteur Sur y el antiguo callejón de don Bartolo hoy Libertad, casa que se asoma con imponente señorío a la Plaza de Armas y la que en un tiempo fue morada de la adinerada familia Feliú. De la que se cuenta; que en esa casa existe un fantasma que se aparece sin importar la hora del día y recorre la amplia casona pidiendo perdón.
Pero en este lugar; en la parte superior de la casa y por la distribución que se le tuvo que dar por el terreno, se puede observar una habitación de forma triangular, es en este lugar en el que con mayor frecuencia se presentan hechos sobrenaturales, que de tan conocidos por los abuelos, le dieron en llamar la casa de los espantos, cosas como el piano que tocaba solo interpretando partes de bellas melodías, separadas por silencios en los que solo las teclas se movían.
Se dice que; en esta habitación. Era el lugar de reunión de la familia Feliú integrada por el matrimonio y sus tres hijas de nombres María, Rosa y Aurora herederas de nobles blasones y de muy bella presencia y respetadas en la sociedad queretana, círculo muy selecto, que muchos de sus integrantes mostraban luciendo sus escudos nobiliarios en las fachadas de sus casas, hasta que fueron abolidos en nuestro país los títulos nobiliarios por la ley de 1826.
En este grupo de tan reconocido linaje y “sangre azul” los principios religiosos y las buenas costumbres resultaban parte fundamental del honor familiar, el que en muchos de los casos se daba hasta con excesos, pero así eran las exigencias impuestas por estos linajudos sectores.
María, Rosa y Aurora
como todas las señoritas de esa época, a las que se preparaba para ser buenas esposas cristianas, tuvieron una muy buena formación y siendo sus padres herederos de una nada despreciable fortuna, sus pretensiones resultaban en contraer matrimonio con gente de su mismo nivel, por lo que su círculo social se limitaba a solamente personajes de su mismo linaje.
Por los negocios del señor Feliú en la capital del país, contaba ahí con otras propiedades y los viajes a la ciudad de México resultaban frecuentes para la familia y fue en uno de ellos en que Aurora conoció al Marqués de Brence, hombre varios años mayor que ella por lo que desde que iniciaron su noviazgo ella lo trató con mucho respeto.
Las visitas del Marqués de Brence a Querétaro para ver la Rorra como le decían en familia, no fueron muchas; se comentaba que no más de tres en cerca de dos años, no obstante, se formalizó la fecha de la boda en la tercera visita del Marqués y fue con este motivo, que se organizó una comida en la residencia de la novia, en donde departieron amigablemente entre familiares y amigos, estando sus padres muy complacidos, viendo que la Rorra lograría un buen matrimonio al casarse con tan distinguido señor.
Ya por la tarde; pero habiendo aún mucho sol; serían como las cinco “las horas que marcaba el reloj” en que el Marqués de Brence, cortésmente le sugirió a su novia la Rorra, que lo acompañara en su carruaje, para dar un paseo en la Alameda; a solo dos cuadras del lugar en donde se encontraban; a lo que la bella joven aceptó, sin que la familia pusiese objeción alguna; por la hora y por la cercanía del lugar.
Pocos minutos duró el recorrido; pero cuando el Marqués y la Rorra regresaron; ésta ya no fue la misma que antes; se le notaba triste, desde ese momento ya poco habló y cuando todavía no se retiraban los invitados: ella se disculpó y se retiró a su habitación. Los padres la justificaron por las emociones del día “con seguridad habían sido muchas y éstas se habían traducido en cansancio”.
Pasaban los días
y la Rorra poco hablaba, mal comía y se la pasaba encerrada en su habitación llorando. La preocupación de los padres los obligó a llevarla al doctor, después de esto, aparentemente tomó sus medicinas como se lo habían indicado, pero en vez de mejorar se notaba peor y ya para esas fechas no probaba bocado alguno; ni agua quería beber.
Pero llegó un día fatal y la Rorra no aparecía por ningún lado, y entre todos; familia y sirvientes, la buscaban y no aparecía ¿se habría salido? Se preguntaban, pero ningún vecino daba razón. Las horas pasaban y ya para anochecer, alguien se acordó del oscuro pasadizo; el que tenía su entrada en el patio posterior; lugar oscuro y lúgubre, el que rara vez se abría ¡de seguro no se encuentra ahí! Pero hay que buscar de todas maneras.
Abriendo la pequeña puerta, salió un olor de humedad y al acercar la linterna; en los escalones notaron un bulto y vieron que era la Rorra; muerta, recostada sobre su brazo derecho, con la cara muy triste; como si solo durmiera, y muy cerca de su cabeza, había dejado un papel con un recado. En el escrito estaba explicada la causa de su desdicha y a sus padres les pedía perdón.
Su vida había cambiado aquel día, tan solo en unos minutos; según se encontraba escrito en el papel; su amor por el Marqués era tan grande como lo era su decepción, originada aquella tarde de la fiesta; cuando con él fue de paseo a la Alameda. El Marqués muy amoroso le había pedido “que fuese suya” y esto a ella gran pena le había causado, ya que ningún motivo nunca le dio. Esto iba en contra de sus principios ¿por qué el Marqués mal la juzgó?
Los tristes acontecimientos enlutaron a la familia y desde entonces ya nada para ellos fue igual. La más bella de las hijas se había ido y los recuerdos traían tanto dolor, lo que resultando insoportable; obligó a la familia a vender sus propiedades; entre otras, la Hacienda de Chichimequillas y su amplia casona de la esquina del callejón de Don Bartolo para salir de la ciudad y ya no regresar nunca.
La casa quedó sola por mucho tiempo. Luego llegaron otras familias; el pasadizo fue sellado, de seguro por alguien que al conocer lo que ahí se vio, pero desde ese entonces; vaga por la casa un fantasma, el que no la ha podido abandonar. Camina por los pasillos sentándose en la fuente y llora con mucha tristeza; se dice que es el espíritu de la Rorra decepcionada, de que al que tanto amaba la, ofendió.