
Mis queridas almas lectoras, en los años en que Monterrey aún olía a mezquite y polvo caliente, había un sitio donde el bullicio de las familias competía con el canto de las cigarras. “Los Rodríguez”, le decían, un balneario donde los niños corrían descalzos y los padres hallaban alivio al abrasador sol norteño.
Pero entre el eco de la diversión y el murmullo de las aguas, comenzó a escucharse otro sonido… el clamor de los que ya no podían respirar.
Por los años ochenta…
Los vecinos comentan y algunos mayores afirman que en los límites de San Nicolás de los Garza y Apodaca, se levantaba un centro recreativo que parecía un oasis entre los cerros: el balneario “Los Rodríguez”. Contaba con toboganes, albercas con olas, chapoteaderos y un aire de fiesta que atraía a familias enteras durante Semana Santa y los veranos interminables. Aquel lugar prometía risas, pero fue la tragedia quien terminó quedándose a vivir allí.
Las crónicas relatan que los accidentes comenzaron a multiplicarse. Niños que desaparecían entre el gentío, gritos ahogados que los salvavidas no lograban alcanzar. Según los rumores, entre 1999 y 2001 hubo más de cuarenta muertes —un número que heló la sangre de los regiomontanos.
El sitio fue clausurado. Pero las voces, dicen, nunca dejaron de oírse.
El niño que buscaba a sus padres
Cuentan que una tarde, un pequeño llamado Juanito se perdió entre las albercas. Su familia lo buscó con desesperación. Pasaron los días, las autoridades revisaron cada rincón, y nadie halló rastro alguno. Se habló de un secuestro, pero el aire olía a otra cosa… a miedo y silencio.
El balneario continuó abierto, aunque los empleados empezaron a contar historias inquietantes:
manos invisibles que jalaban los tobillos de los bañistas, voces que pedían ayuda desde lo profundo del agua, y la figura de un niño empapado que se aparecía al caer la tarde, preguntando con voz temblorosa:
—¿Ha visto a mis papás?
Cuando alguien intentaba acercarse, el niño simplemente… se desvanecía.
El secreto del salvavidas
Algunos mayores lo juran con cruz al pecho que el cuerpo de Juanito sí fue encontrado. Un salvavidas lo halló atrapado entre los filtros del estanque. Preso del pánico, temeroso de ser culpado, decidió enterrarlo en un rincón del parque, bajo un árbol que miraba hacia el sur. Desde entonces, dicen, comenzó la verdadera maldición.
Guardias nocturnos escuchaban pasos pequeños y el chapoteo de un cuerpo inexistente. Otros aseguraban ver al niño que los tomaba de la mano, helada como mármol, pidiéndoles que lo acompañaran. Pero al ver su rostro morado, sus labios violáceos y el vacío en sus ojos, el horror los hacía perder el sentido.
Cuando el balneario murió, las almas se quedaron
A inicios de los 2000, el terreno fue vendido. Los escombros de “Los Rodríguez” dieron paso a la Plaza Citadel, inaugurada en 2007. Pero ni las luces modernas ni los escaparates lograron espantar las viejas sombras.
Hoy, los empleados de ciertas tiendas aseguran que, antes de abrir, encuentran pequeñas huellas mojadas sobre los pisos recién limpiados. En los cines, durante las funciones nocturnas, se ven siluetas infantiles entre los asientos vacíos. En los baños, un niño pregunta a los visitantes si han visto a sus padres.
Se dice que en los almacenes subterráneos aún existe un pozo de agua —vestigio de las albercas— y quienes se atreven a entrar aseguran que el aire ahí dentro pesa, que el silencio tiene voz.
—No hay descanso para los que mueren sin despedirse —me dijo un viejo que conoció aquel balneario—. El agua guarda memoria, y los niños perdidos no entienden de muerte. Siguen buscando a sus padres, y los padres… siguen sin saber que sus hijos aún los llaman entre los muros de Citadel.
A su mercé…
Si este relato fue de su agrado, humildemente pido nos ayude compartiéndolo a sus familiares y allegados durante una reunión en una negra noche. O por medio de un compartir en su red social. Si la leyenda atenta a su cultura, pues es distinta a la alojada en su memoria, pido a su mercé que sea indulgente, pues es así como el relato llegó a mis oídos y es mi forma particular de compartirla.
Recuerde que, por ser leyenda, puede o no tener una base real y contener una increíble dosis de libertad literaria, ya sea por la región donde fue relatada o por quien la narra.
Hasta la próxima, garbancer@s.
Basado en relatos populares del norte
Recopilación de historias orales del área metropolitana de Monterrey